Lucas 23:42–43

La escena parecía mostrar que el infierno destructivo se había soltado de sus cadenas y hecho de las suyas ese día. Allí estaba Jesús, totalmente desnudo. El Señor había sido flagelado a tal punto que estaba completamente desfigurado, sangrando de Sus heridas mientras colgaba de una cruz entre dos asesinos convictos. Sin embargo, el Hijo del Amor, seguía implacable en el cumplimiento de Su misión suprema y a pesar de Su intensa agonía, buscó a un pecador perdido, le halló y le prometió el paraíso.

Sin embargo, aquí se nos muestra la paradoja de la cruz. El impecable Salvador-Rey murió la muerte de un criminal para que los pecadores que no son nombrados en el pasaje, pecadores como usted y como yo, pudiéramos entrar en el reino de Dios. Los crucificados con Jesús sin duda alguna conocían las Escritu­ras que profetizaban la venida del Mesías. Aun los no judíos sabían que los judíos por largo tiempo habían esperado la venida de su Rey.

Tal vez el desarrollo de los eventos que desembocaron en la cru­cifixión de Jesús recordó a este hombre las Escrituras que había oído en algún momento. Tal vez Pilato leyó por sí mismo la historia cuan­do niño y se dio cuenta de súbito que todo estaba sucediendo tal como las Escrituras predecían respecto al nacimiento, ministerio y muerte del Mesías prometido.

Sea cual sea el caso, Dios había preparado de una manera singu­lar a uno de estos hombres para este momento decisivo, y el ladrón arrepentido expresó creer genuinamente en el Salvador.

Entre las ricas verdades teológicas que encierra esta historia hay cuatro principios prácticos para nuestra vida cristiana, especialmente en lo que se tiene que ver con nuestra relación con los no creyentes.

Primero, nadie ha ido demasiado lejos como para no poder conver­tirse en creyente. Sin que importe el pecado del individuo, nadie está fuera de la gracia de Dios. Nadie puede estar demasiado lejos como para evitar ser alcanzado por la gracia de Dios.

Segundo, la página impresa y la vida consagrada son dos de las herramientas más eficaces para la evangelización. El Nuevo Testamento enseña que la Palabra de Dios es poderosa y capaz de cambiar el corazón humano (Hebreos 4:12). Pero no menos poderoso que el testimonio de las Escrituras es el testimonio de una vida consagrada (Mateo 5:16; Efesios 5:8–9).

Tercero, todo lo que Dios quiere y acepta es la fe sencilla. No le trae­mos nada a Dios excepto nuestra fe en Él y en la obra concluida de Cristo en la cruz.

Cuarto, nunca dude su aceptación instantánea en la familia de Dios cuando le abre a Él su corazón. Ninguna cantidad de pecado o perversidad puede superar a la gracia de Dios. A Satanás le encanta distraernos haciéndonos acuerdo de nuestros fracasos pasados. Pero en Cristo tenemos el poder para vencer a Satanás y dominar la culpa de nuestro pecado.

Cualquier persona que encuentra el Evangelio de Jesucristo debe luchar con esta pregunta. Si usted se pregunta: ¿Qué fue lo que clavó a la cruz al Salvador? La respuesta, por supuesto, es que Cristo murió para pagar la pena de los pecados de todo el mundo. Este es el meollo del evangelio y solo debemos elegir una respuesta. O bien lo cree o lo rechaza pues no existe otra alternativa que usted pueda considerar.

Tomado del libro, Las 7 Palabras. Publicado por Insight for Living. Copyright © 2020 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.