Salmos 51:1-2

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado. (Salmos 51:1-2)

PADRE NUESTRO, EN UN MUNDO SECO Y ESTÉRIL donde el pecado abunda y la sociedad está contaminada, necesitamos una fuente de agua limpia y fresca que traiga bendición, verdad y fortaleza. Necesitamos esa agua que nunca sabe amarga… esa agua que siempre es dulce al paladar. Pero más que todo, te necesitamos a Ti. «Fuente de la vida eterna y de toda bendición».

En un mundo que no tiene nada que cantar y cuyas historias giran en derredor de lo vulgar y lo obsceno, tenemos una nueva canción. Enséñanos a entonar de corazón tus cantos de alabanza, que nos inviten a pensar en todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable.

Tenemos sed de Tu agua viva. Queremos que nos limpie. Queremos que renueve nuestra mente; que purifique nuestra motivación; que se deshaga de los secretos vergonzosos de nuestro mundo privado y que nos dirija a sendas de justicia. Admitimos nuestra tendencia a extraviarnos; nuestra tendencia a abandonar al Dios que amamos. Sabemos que solamente el agua fresca y limpia de Tu Espíritu puede lavarnos por dentro.

Límpianos hoy, Padre. Escudriña nuestras vidas y revela la verdad. Deshazte de nuestra resistencia, arrogancia y mentiras. Nos entregamos a Tu obra sagrada, santificándonos para lo que quieras hacer en nosotros y de esa forma glorificarte. En el nombre de Jesús, oramos. Amén.

Véase también Proverbios 20:9; Jeremías 33:8; Ezequiel 36:25; 2 Corintios7:1.

LAS PROFUNDIDADES.

Cualquier persona que ama el mar tiene un romance con él, al igual que un respecto hacia él.

Este romance con el mar es difícil de describir. Se nutre con las aguas poco profundas cercanas a la playa. Las olas tempestuosas tienen un magnetismo poderoso que no podemos resistir, dándole nuestras preocupaciones mientras que los vientos predominantes soplan lejos todos los recordatorios de nuestras responsabilidades. Y océanos que tienen kilómetros de profundidad con masivas marejadas son intrigantes.

El romance de las aguas poco profundas cambia a respeto en las profundidades. ¿Quién no ha sentido esa inquieta agitación en medio de una corriente turbulenta? Cuando ya no se ve tierra en el horizonte y el medidor de profundidad ya no registra las brazas, algo profundo surge dentro de nosotros. En la superficie de tales aguas no tenemos mucho que decir, sin embargo, nuestros pensamientos, al igual que la gran cantidad de kilómetros debajo de nosotros, son profundos. Aguantamos la respiración, miramos el horizonte y empezamos a meditar. Observamos el misterio de la profundidad con un respeto silencioso.

Aquello que está escondido en el mar también nos recuerda lo inescrutable de la sabiduría de Dios. Quizás Pablo había estado recientemente en el océano antes de escribir: «Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios». (1 Corintios 2:10)

Sus profundidades. Esas verdades inimaginables acerca de Él y esos pensamientos profundos acerca de Él producen en nosotros una sabiduría que nos ayuda a pensar con Él. La sabiduría surge de Su Espíritu, que puede escudriñar las profundidades y revelar Su mente. Dios concede sabiduría solo a aquellos que esperan en silencio. . . y que respetan «las profundidades de Dios». Es algo que requiere tiempo. Algo que llama a la solitud.

Hay suficiente ruido en el fondo de la barca, de modo que no agreguemos más. Le sugiero que subamos al muelle, que busquemos un tiempo a solas y volvamos a obtener un nuevo respeto por la profundidad de la sabiduría de Dios en Su Palabra.