Salmos 137
Después de expresar las consecuencias angustiosas y duraderas en el Salmo 137, el escritor realiza un pequeño autoanálisis. Su perspectiva cambia y ya no mira hacia el exterior sino empieza a mirarse internamente. Hace una pregunta razonable en el versículo 4: «¿Cómo cantaremos las canciones del Señor en tierra de extraños?»
Esa pregunta toca dos aspectos. Primero, los judíos comprendían que su parte en Canaán pertenecía al pacto de Dios con Abraham. ¿Cómo podían cantarle legítimamente acerca de la fidelidad de Dios si ya no existía ese pacto?
Lo que ellos no entendían era que su exilio era algo temporal; setenta años, tal como fue predicho. Dios les había dicho que esa tierra dependía de su obediencia (Deuteronomio 28). La respuesta a esa pregunta entonces es: «guarda mis mandamientos y yo te restauraré la tierra».
El segundo aspecto tiene que ver con la sinceridad. Cantar de manera genuina es algo espontáneo; no puede ser algo obligado. Ni tampoco podría salir de un corazón rebelde o de una conciencia culpable. Los judíos cautivos no podían cantar con gozo; necesitaban la ayuda sobrenatural. Lo mismo nos pasa a todos. No podemos experimentar gozo en tanto que estamos esclavizados al pecado. Solo lo podemos tener cuando hemos sido liberados por el poder de Cristo.
Pablo y Silas estaban encadenados en la cárcel de Filipo, no obstante, cantaban canciones y melodías cristianas. Ellos eran cautivos, físicamente hablando, pero espiritualmente ellos eran totalmente libres. Por esa razón ellos podían cantar con un gozo sincero a pesar de lo que les rodeaba (Hechos 16:25-26).
La canción 137 continúa con el deseo de no rendirse. Su castigo era severo pero el compositor seguía confiando en Dios que iba a cumplir sus promesas. El salmista, con su celo patriótico judío, declara su devoción al Señor y a la ciudad capital de su tierra, la tierra que Dios le prometió incondicionalmente a los descendientes hebreos de Abraham.
¿Cómo cantaremos las canciones del Señor en tierra de extraños? Si me olvido de ti, oh, Jerusalén, que mi mano derecha olvide su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar si no me acuerdo de ti, si no ensalzo a Jerusalén como principal motivo de mi alegría.
Note que en el versículo 4, el compositor utiliza la primera persona plural para conjugar la oración. Pero en los siguientes dos versículos, él utiliza la primera persona singular. Él dice que nunca olvidará las bendiciones y los beneficios de ser un ciudadano de Judá. Él pide que su canción sea olvidada para siempre, que no pueda tocarla correctamente («mi mano derecha») o cantar espontáneamente («mi lengua»), si llegara a olvidar los beneficios maravillosos de su hogar. Aunque el compositor habla por sí mismo, no olvidemos que él escribió este himno para que los fieles de Judá lo cantaran. Mientras unían sus voces, cada uno de ellos hacia el pacto de recordar la promesa de Dios a pesar de las circunstancias.
Si usted es un creyente en Jesucristo, nada puede romper su unión con Dios (Juan 10:28-29; Romanos 8:28-39; 2 Timoteo 1:12). Sin embargo, las consecuencias duraderas de las malas acciones pueden hacerle pensar que Dios le ha abandonado. El pueblo de Judá rehusaba aceptar esta falacia y se animaban mediante las promesas de Dios. Se enfocaban en la bondad incesante de Dios a pesar de la falta de devoción del pueblo.
Afirmando el alma: Repase estas promesas de Dios: Juan 14:1-3; Salmos 32:5; Deuteronomio 7:9; 1 Corintios 15:51-54; Proverbios 28:13; Salmos 86:15; 1 Juan 5:13; Juan 3:17-18; Hebreos 8:12; Apocalipsis 7:15-17; 1 Juan 1:9; Romanos 8: 28-39. Memorice las promesas que más le impacten y recítelas cuando el desánimo intente abrumarle.
Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.