Filipenses 2:3-4

Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. —Filipenses 2:3-4

 

PADRE NUESTRO, NOSOTROS QUE OPERAMOS en un mundo tan egoísta, con frecuencia nos encontramos preocupados solo en nuestros asuntos. Nos enfocamos en los errores que cometimos en el pasado, nos llenamos de temores por el futuro debido a nuestra tendencia a equivocarnos y con ello nos sentimos inciertos de lo que viene. Y por si eso fuese poco, vivimos en este tiempo presente, preocupados por lo que los demás piensen… o digan o hagan o qué opinión tienen de nosotros.

Libéranos, Padre, al menos por hoy, de esa preocupación por nuestro ego. Ayúdanos a verte como Rey, como el origen de la vida, el Dios que perdona todos los errores, que comprende nuestras frustraciones; que calma los temores; el Rey que reina sobre nuestras vidas de manera suprema. Señor, venimos hoy ante la cruz. Venimos bajos Tus términos. Comprendemos que Tu voluntad es la mejor aun cuando no podamos explicarla, comprenderla o si fuera el caso, defenderla. Tú eres Rey. Tú eres el supremo Monarca, nuestro Amo. Nosotros somos Tus siervos. Tú eres el Alfarero, nosotros somos el barro.

Cualquier cosa que estemos enfrentando hoy, calma nuestro espíritu. Que nuestra atención sea tu presencia. Y que ello eclipse todo lo demás. Que Tu soberanía nos asegure y que Tu mano en nuestra vida nos haga humildes.

Oramos todo esto en el nombre grandioso de Tu Hijo, Jesús, nuestro Rey y Señor. Amén.

Véase también Proverbios 23:6; Mateo 23:25; Santiago 3:14,16.

 

INTRUSIONES

Si usted no está seguro que tan egoísta puede ser, ocupe unos minutos y analice su actitud acerca de las intrusiones. Me refiero a esas interrupciones imprevisibles e inevitables que nos irritan, especialmente cuando son persistentes, y captan nuestra atención, estemos o no preparados para ello. Si usted es como yo, por lo general, no lo estamos.

Una intrusión es algo o alguien que se mete en nuestro mundo sin permiso, sin invitación y rehúsa ser ignorado. Por ejemplo, el toquido a su puerta temprano en la mañana. O el pasajero parlanchín sentado junto a usted en ese largo vuelo. O esa enfermedad que llega en el momento menos oportuno. Pero ¿cuál es la intrusión más común? Las demandas constantes de los niños pequeños. Sí, constantes. La necesidad de un hijo de sentirse amado, de que lo escuchen, de que le ayuden, lo abracen, lo corrijan, lo entrenen, lo animen y ocasionalmente lo disciplinen.

Durante una de mis visitas al doctor, mientras esperaba en la recepción observé a una joven madre. Ella estaba embarazada y tenía a un niño pequeño más otro en pañales en sus brazos. Ella era una mujer ocupada. Los zapatos del niño tenían las agujetas sin amarrar, él se limpiaba sus narices en ella, le hacía doce preguntas por minuto, la sonaja caía (cinco veces conté), lágrimas y gritos, una botella de jugo que se regaba en la bolsa, y mientras ella la limpiaba con el último pañal limpio, el pequeño volvía a subírsele al cuello. No obstante, con una paciencia increíble, la madre no desmayaba. Todo su mundo continuaba siendo, y será, una intrusión gigantesca.

¿Recuerda las palabras de Jesús? «Así pues cualquiera que se humilla como este niño, es el mayor en el reino de los cielos. Y el que reciba un niño como este en mi nombre, a mí me recibe» (Mateo 18:4-5).

Los niños son las ilustraciones más especiales que Jesús pudo haber usado. Él dice claramente que recibirlos a ellos es sinónimo de recibirlo a Él. Obviamente, él cree que ellos son sumamente valiosos, no importa cuántas demandas o cuántas intrusiones.

Adaptado del libro, Responde a Mi Clamor: Aprenda a comunicarse con un Dios que se preocupa por usted (Worthy Latino, 2014). Copyright © 2014 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.