Lucas 2
Cuando María y José comenzaron su viaje a Belén, puede que pensaran que tenían tiempo para hacer el viaje, registrarse en el censo y volver a Nazaret. El clima cooperó y un burro llevaba sus provisiones, pero el viaje acabó siendo más difícil de lo que habían pensado. María estaba a punto de dar a luz.
Para cuando llegaron a Belén, María estaba agotada. Por si fuera poco, el pequeño pueblo estaba lleno de gente. José buscó alojamiento, pero no podía encontrar lugar. Una familia les dejó que se quedaran en un establo. Era un refugio sucio, pero les protegía del tiempo y con un pequeño fuego por la noche podían calentarse.
Imagino que una vez se asentaron, María descansó mientras José trabajaba en el proceso del registro. Muy pronto, un dolor fuerte apretaba la cintura de María. Llamó a José, pero podría tardar horas en volver. Había estado en muchos partos, así que se calmó y preparó un pequeño refugio para la llegada del bebé. Una túnica para envolverlo, una camita en el bebedero con paja fresca lo acunaría.
Al caer la tarde, los dolores se hacían más fuertes. Me imagino a José de vuelta y encontrándose a María gimiendo de dolor. No hay dolores como los de dar a luz. No hay dolor más intenso. No hay dolor con mayor esperanza. Solo el recuerdo de que pronto tendría a su bebé en sus brazos la mantuvo centrada.
Al caer la noche, José puso a la Esperanza de Israel en el pecho de María. Por nueve meses, María le había hablado, cantado, sintió cómo se movía su cuerpo y deseaba que llegara el día en que por fin podría tocarlo. Ahora lo tenía en sus brazos, Emanuel. . . «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). Quizás en ese momento recordó al ángel que la había visitado nueve meses antes diciendo: «María, no temas» (Lucas 1:30).
Me pregunto si, en esas primeras horas, Dios dio un presentimiento a María de lo que vendría en los próximos años, cuando alguien miraría a su Hijo y diría: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29) . . .y luego llegaría el día en que una espada de emoción perforaría su alma (Lucas 2:35). Sí, esos días llegarían seguro. El pequeño Cordero que había nacido estaba destinado a ser sacrificado. Pero aquella noche, María abrazó a su bebé y lloró suavemente ante la maravilla de todo.
Adaptado del libro, Las Sabias y las Audaces. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.