Job 38: 1—41

Sí Dios es prominente y preeminente. Es majestuoso en su poder, magnífico en su persona y maravilloso en sus propósitos. ¡Qué reconfortante es replegarnos a la sombra de nuestra propia insignificancia y dar total atención a la grandeza de nuestro Dios! ¡Se trata solamente de Él!

Muy diferente al caso de la niñita que iba caminando al lado de su madre bajo un fuerte aguacero con truenos ensordecedores. Cada vez que se producía un relámpago, su madre notaba que la niña se daba vuelta y sonreía. Caminaban un poco más, había otro relámpago, la niña se volvía otra vez y sonreía. La madre y finalmente le dijo: «Querida, ¿qué sucede? ¿Por qué te volteas y te sonríes después del resplandor del relámpago?»

«Bueno», dijo ella, «quiero estar Serena y sonreír para Dios, porque Él me está tomando una fotografía».

Damos un gran paso hacia la madurez cuando finalmente entendemos que no se trata de nosotros ni de nuestra importancia. Se trata de la magnificencia de Dios. De su santidad. De su grandeza. De su gloria.

El Señor marcha en el huracán y en la tempestad; las nubes son el polvo de sus pies.

¡Bueno es el Señor! Es una fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que en Él se refugian (Nahúm 1: 3, 7).

Dios es trascendente. Él es magnífico. ¡Sólo Él es admirable! Él está en todas partes, encima de nosotros, dentro de nosotros. Sin Él no hay justicia. Sin Él no hay santidad. Sin Él no hay promesa del perdón ni la fuente de verdad absoluta ni razones para soportar ni esperanza más allá de la tumba. Nada se compara con Él. Como dicen las palabras del himno «Al Rey adorad»:

Al rey adorad, grandísimo Señor,

Y con gratitud cantar su amor.

Anciano de días, nuestro defensor,

De gloria vestido, te damos loor.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.