Isaías 9:6

En un mundo consumido por el conflicto y la guerra, no hay nada más divino que la paz. Por eso Jesús llamó pacificadores a los «hijos de Dios» (Mateo 5:9). Para aquellos que viven en las zonas residenciales de la clase «civilizada», la palabra paz es una palabra común. Pero para los que viven en naciones devastadas por la guerra o en calles infectadas de crimen o en casas con familiares que abusan de ellos, la paz no es solo una palabra común, es un mundo divino.

No hay nada que calme un alma salvaje como shalom — la paz de Dios. Pero la paz de Dios no suele venir por medios que consideramos «normales» como diplomáticos o pacificadores. Normalmente viene por medios «anormales», y la mayor fuente de paz vino de sorpresa para todos lo que lo oyeron.

Cuando la terquedad, pecaminosa de Acaz trajo un tiempo de guerra a la nación de Judá, el Señor prometió ungir a otro rey, un rey fiel que nacería en el tiempo adecuado (Gálatas 4:4) y cuyo futuro reino de mil años sería marcado por la paz. El profeta Isaías escribió acerca de este rey que había de venir: «Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado» (Isaías 9:6).

En el texto original en hebreo, hijo está en posición enfática, lo cual significa que Dios no solo vino a la tierra, sino que Dios nació en la tierra. Un «hijo», lo cual representa Su humanidad, y «se nos ha dado», que representa Su divinidad. Este hijo tendría características que demostrarían la presencia de Dios en la tierra, Su reinado divino y humano, Su señal de Emanuel (7:14) descrito en cuatro títulos: «Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (9:6).

El punto álgido del gobierno de este hijo real sería la paz, una paz que producirá serenidad y seguridad por siempre (32:17). Por supuesto, este hijo era sin duda Jesucristo. La paz de Cristo es pacis omnimodae, un pacto de paz de todo tipo (Ezequiel 34:25): por fuera

y por dentro, de país y de consciencia, temporal y eterno. Y aunque Él vino del linaje de Judá, el león de Israel (Génesis 49:9; Mateo 2:6), Cristo vino en paz como Príncipe (Hechos 5:31), nacido del «Dios de paz» (Romanos 16:20) y anunciado del cielo con una canción de paz (Lucas 2:14).

Jesús establece la paz sin aplastar a quien se atreva a desafiarlo, sino practicando la sumisión y la mansedumbre que hace que el desafío no tenga sentido, para que, a través de Su muerte, los pecadores podamos reconciliarnos con un Dios santo. Por lo tanto, con Su muerte, Jesús cumplió lo que le hizo ser Príncipe de Paz. Y con Su resurrección, fue coronado Príncipe de Vida (Hechos 3:15).

Al final de Su ministerio en la tierra, Jesús se despidió con un mensaje de paz (Juan 14:27), dejándonos el ministerio de paz (2 Corintios 5:18–19), para que todos los que sigamos al Príncipe de Paz seamos hijos de paz.

La respuesta de Dios a todo lo que nos intimida, ya sean abusadores, déspotas, tiranos, conflictos o guerras es el Hijo, el Príncipe de Paz. Y como Príncipe de Paz, Jesús promete darnos Su paz (Juan 14:27). Si descansamos en esa promesa, las cosas que nos intimidan perderán su poder y podremos estar tranquilos en nuestro corazón y nuestra mente. Ya no tendremos miedo, pues el Hijo de Paz ha venido.

Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.