1 Samuel 8:1—9:27

Desde el tiempo en que Josué murió hasta que Saúl subió al trono de Israel, el gobierno hebreo no fue una monarquía como la mayoría de las naciones vecinas. Los teólogos se refieren a esto como una teocracia, es decir «el gobierno de Dios». El Señor regía a Israel, dando sus decretos y gobernado a través de profetas y sacerdotes. Cada región importante esperaba un juez lo que la mayoría de las otras culturas esperarían de un rey. Este juez (que a veces fue una mujer), diría al pueblo en la batalla, juzgaba los casos civiles y hacía cumplir la ley de Dios.

Samuel juzgó a todo Israel teniendo a Dios como rey sobre el pueblo hebreo. De esta manera, los israelitas eran como ninguna otra nación de la tierra en el sentido de que podían afirmar que Dios era su líder, el Creador invisible, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Todopoderoso que humilló a Egipto, que dividió el mar Rojo y que conquistó a Canaán. Pero así como la generación errante se cansó del maná, el pueblo se cansó de la teocracia. Tres razones los llevaron a desear tener un rey.

En primer lugar, Samuel había envejecido, y ya no podía ir al mismo ritmo de las exigencias de la nación. En segundo lugar, sus hijos se habían descalificado a sí mismos al haber perdido el respeto del pueblo. Y tercero, el pueblo decía: «queremos ser como todas las demás naciones».

Antes de que sigamos adelante, no pasemos por alto un punto interesante. En las páginas anteriores vimos como Elí fracasó en la conducción de sus hijos, y ahora vemos pocas evidencias que sugieran que Samuel lo hizo mejor. La Biblia no nos ofrece una información detallada de la crianza que les dijo, pero el sorprendente parecido entre los hijos de Samuel y los de Elí no nos permite llegar a otra conclusión. Elí fue un gran sacerdote y un buen juez, pero un pésimo padre. Y Samuel, lamentablemente siguió sus pasos. Sus hijos se volvieron incompetentes como líderes, al igual que los de Elí.

Este fue un momento decisivo en la vida de Israel. Tome nota especial de cómo evaluó el Señor la decisión de ellos: «No es a ti quien han desechado. Es a mí a quien han desechado, para que no reine sobre ellos».

En realidad, el Señor les dijo: «Ustedes están resueltos a lanzarse por este camino que les va a causar sin duda mucha amargura, y yo no los voy a detener. Han rechazado mi camino por el de ustedes. Por tanto, morirán en la cama que se han hecho».

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.