Josué 2:1-21
Ella tenía una reputación que ninguna mujer querría: era una prostituta. Pero también era una mujer cuyo valor y fe en Dios transcienden su reputación y lugar en la genealogía del Mesías.
Rahab tenía una casa construida en las murallas de Jericó. Cuando los dos espías israelitas entraron en la ciudad, Rahab convirtió el techo de su casa en un lugar de escondite para ellos, lo cual requirió gran valor. La gente de Jericó tenía miedo porque habían oído de los milagros que Dios había hecho por Su pueblo después de escapar de Egipto. Cuando los gobernantes de la ciudad ordenaron que entregaran a los hombres, Rahab ocultó su identidad y dónde se encontraban: un acto de fe en Dios.
Rahab había llegado a creer en el Dios de los espías: «Pues el Señor su Dios es el Dios supremo arriba, en los cielos, y abajo, en la tierra» (Josué 2:11). Rahab pidió a los espías que perdonaran su vida y las de sus familiares cuando llegaran a destruir la ciudad porque sabía que los israelitas conquistarían la tierra. Los espías acordaron hacerlo si guardaba su secreto y colocaba a su familia dentro de su casa. Además, tendría que poner un lazo rojo en su ventana como señal para el ejército israelita para que no atacaran su casa.
Luego, cuando Josué y el ejército aparecieron y atacaron la ciudad, solo Rahab y su familia sobrevivieron.
Por su fe y valor, esta mujer con mala reputación se nombró junto a otras personas fieles en el libro de Hebreos, la única mujer aparte de Sara que se nombra en Hebreos 11:31. Santiago usó a Rahab como ejemplo de cómo se puede cambiar el carácter por una fe que da fruto (Santiago 2:25). Y finalmente, ya no se la conoció como una prostituta que escondió a los espías, sino como la esposa de Salmón, la madre de Booz y antepasado de Jesús (Mateo 1:5–16).
Si usted tiene un pasado del que no está orgullosa, no desespere. La gracia de Dios es suficiente para transformar una mala reputación en una excelente. Todo lo que necesita es fe, fe en Jesucristo, quien vino del linaje de una prostituta. Y cuando alguien le recuerde de su pasado, con valor diga a esa persona: «Ya no soy la misma persona. Soy una nueva persona gracias a Aquel que murió por mí y me dio un nuevo nombre: hija del Mesías». (Véase Romanos 6:10; 2 Corintios 5:17; Apocalipsis 2:17).
Adaptado del libro, Las Sabias y las Audaces. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.