Daniel 12:3

Bien, ¿está listo para que su mente sea conmovida? Si no, mejor deje de lado esto hasta que esté preparado para soportarlo. Es algo que exige demasiado como para pasar por ello bostezando.

El germen de la idea me llegó de golpe, tiempo atrás, cuando estaba muy dentro de un bosque de secuoyas. Me recosté y miré hacia arriba. Quiero decir, muy arriba. Era una de esas noches despejadas de verano cuando uno puede ver hasta la infinidad. Era tan estrellada que daba susto. La grandeza de los cielos hablaba con elocuencia de la gloria de Dios. La expansión silenciosamente declaraba la obra de Sus manos.

No hay palabras que puedan capturar adecuadamente lo asombroso de ese momento. Recordé una frase que uno de mis mentores solía decir: «El asombro es una alabanza involuntaria». Aquella noche, sucedió conmigo. ¡Me encantó!

Lo que más me tocó mientras estaba acurrucado en mi saco de dormir fue esto: todo lo que he visto pertenece a esta sola galaxia. Hay cientos más allá de la nuestra. Quizás miles. . . algunas mucho más grandes que la nuestra. Los astrónomos ahora están convencidos de que hay veinte galaxias dentro de dos y medio millones de años luz; puede haber billones de galaxias dentro del alcance fotográfico del telescopio de 508 centímetros del monte Palomar en California.

Por un momento, limitemos nuestro pensamiento solo a este sistema solar. . . una minúscula fracción del universo que hay arriba de nosotros. Siendo que es imposible comprender la inmensa distancia alrededor nuestro, necesitamos valernos de analogías, simples comparaciones, para que nos ayuden. Agárrese mientras tomamos un viaje rápido a regiones más allá.

Si fuera posible viajar a la velocidad de la luz, usted podría llegar a la luna en uno y un tercio de segundo. Pero continuando a esa misma velocidad, ¿sabe cuánto demoraría viajar a la estrella más cercana? Cuatro años. ¡Un pensamiento increíble!

Al visitar el Planetario Hayden de la ciudad de Nueva York, se puede ver la réplica en miniatura de nuestro sistema solar que muestra las velocidades y los tamaños de nuestros planetas. Lo que es interesante es que los tres planetas más lejanos no están incluidos. No hubo espacio para Urano, Neptuno y Plutón. Urano estaría ubicado en el corredor externo del planetario; Neptuno estaría casi a cinco kilómetros del planetario. ¿Y Plutón? Otro par de kilómetros más allá. Dicho sea de paso, ninguna estrella ha sido incluida, por razones obvias. ¿Puede usted imaginarse (en esa misma escala) dónde estaría ubicada la estrella más cercana? A unos 900 kilómetros. ¡Vasto! Y recuerde, esa es solo nuestra galaxia local.

En una ocasión un científico sugirió otra analogía interesante. Para captar la escena, imagine un pavimento de vidrio perfectamente liso en el que la más mínima partícula puede ser vista. Entonces, reduzca nuestro sol de sus 1.392.082 kilómetros de diámetro a solo unos 60 centímetros. . . y ponga esa esfera sobre el pavimento para representar el sol. Camine 82 pasos (a 60 centímetros cada paso) y, para representar de manera proporcional al primer planeta, Mercurio, deposite allí una pequeña semilla de mostaza.

Camine 60 pasos adicionales, y ponga un balín de rifle de aire para representar a Venus.
Camine otros 78 pasos. . . y deposite una arveja verde representando a la Tierra.
Camine otros 108 pasos desde ese lugar y ponga allí la cabeza de un alfiler que represente Marte.
Riegue por allí un poco de polvo minúsculo para representar los asteroides, después camine 788 pasos más. Representando a Júpiter, en ese lugar deposite una naranja sobre el vidrio.
Después de 934 pasos adicionales, ponga una pelota de golf que represente a Saturno.
Ahora se pone más complicado. Camine 2.086 pasos adicionales y, en representación de Urano. . . deposite una canica.
Desde allí, camine otros 2.322 pasos y llegará a Neptuno. Deje que una cereza represente a Neptuno.

Esto sumará a cinco kilómetros, ¡y aún no hemos mencionado a Plutón! Si damos una vuelta completa, tenemos una superficie lisa de vidrio de 8 kilómetros de diámetro, pero solo una fracción pequeña de los cielos —excluyendo a Plutón. En esta superficie, de ocho kilómetros, tenemos solamente una semilla, un balín, una arveja, la cabeza de un alfiler, un poco de polvo, una naranja, una pelota de golf, una canica y una cereza. Adivine cuánto más lejos tendríamos que ir, en esa misma escala, para poder depositar otra esfera de 60 centímetros que represente la estrella más cercana. Vamos, adivine. ¿Setecientos pasos? ¿Dos mil pasos? ¿Mil trescientos cuarenta y un metros? No, usted se encuentra lejos de la realidad.

Tendríamos que avanzar 10.814 kilómetros antes de poder llegar a la primera estrella. Kilómetros, no metros. Y eso para la primera estrella apenas, y hay millones de ellas. En una galaxia, entre quizás miles, o hasta billones de ellas. Y todo ello en movimiento perpetuo. . . perfectamente sincronizado. . . el marcador de tiempo más exacto conocido por el hombre.

Fenomenal no es la palabra para ello.

¿No hay Dios? ¿Todo por accidente? ¿A quién cree que puede convencer? Honestamente, no puedo pensar en una idea más errada que esa. Escuche la verdad cuidadosamente:

«Ellos conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la ha hecho evidente. Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios». (Romanos 1:19-20)

La mente conmovida lleva a una rodilla doblada.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.