Hechos 9: 20—25; Gálatas 1:11—17

Estoy convencido de que fue allí, en ese lugar remoto y desierto, donde Pablo desarrolló su teología. Allí conoció a Dios de una manera íntima y profunda. En silencio y a solas, Pablo ahondó en los insondables misterios de la soberanía, la elección, la maldad, la deidad de Cristo, el poder milagroso de la resurrección, la Iglesia y las cosas futuras. Fue un curso intensivo de tres años de sólida doctrina del cual surgiría toda una vida de predicación, enseñanza y abundantes escritos. Pero más que eso, fue el lugar donde Pablo se deshizo de sus exquisitos trofeos y cambió su currículo de credenciales religiosas por una vibrante relación con el Cristo resucitado. Todo en él cambió.

Fue allí, sin duda, donde llegó a la conclusión de que «las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aún más: Considero como perdidas todas las cosas, en comparación con lo incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo» (Filipenses 3: 7, 8).

Pablo había estado muy ocupado y comprometido, y había sido siempre muy activo, celoso y emprendedor. Estas mismas palabras describen a muchos cristianos involucrados en sus iglesias en el día de hoy. Y allí está el problema. No estamos ocupados haciendo cosas malas, ni siquiera unas pocas cosas terribles. No somos, sin duda, unos perseguidores o destructores. Pero si se supiera la verdad, estaríamos todo el tiempo corriendo a toda máquina y asfixiando al Espíritu dador de vida qué hay dentro de nosotros.

Hace algún tiempo, el actor Tom Hanks, qué ha sido premiado por la Academia de los premios Óscar, protagonizó el filme Castaway (Náufrago). Era una de esas películas donde se habla poco pero en las que hay muchísima emoción. La manera cómo él escapa es fascinante, pero lo bueno es que es rescatado por un barco y devuelto a salvo al mundo donde siempre había vivido, pero que ahora no le resultaba familiar como antes y al cual ya no se adapta. Los cambios que experimentó interiormente fueron tan radicales, tan definitivos cómo que lo habían convertido en otro hombre mucho más espiritual, mucho más observador, mucho menos exigente, todo como consecuencia de las lecciones que aprendió en la soledad, la quietud y el anonimato.

Lo mismo sucedió con Saulo. Sufrió una transformación. ¡Y qué transformación! Esa transformación interior que experimentó ha significado un cambio en la vida de millones de personas a través de los siglos.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.