1 Reyes 19: 10—18

Dios tuvo un encuentro con su siervo Elías en un momento en que este se encontraba desanimado y desesperado. Esto se llama misericordia en su mejor expresión, ilustrada por el Amo y Señor mismo.

En primer lugar, Dios le permitió a Elías un tiempo de descanso y renovación. Ningún sermón, ningún reproche, ninguna acusación, ninguna humillación. No cayó ninguna centella del cielo que le dijera: «¡Qué aspecto tienes! ¡Levántate inútil! ¡Ponte de pie! ¡regresa de inmediato a tu trabajo!»

Por el contrario, Dios le dijo: «Tranquilo, hijo mío. Relájate. No has tenido una nueva comida durante mucho tiempo». Entonces le envió una torta de pan recién armado y una botella de refrescante agua fría. Eso debió haberle traído agradables recuerdos de aquellos sencillos días que pasó junto al arroyo de Querit. ¡Qué grande es la misericordia de Dios!

La fatiga puede llevar a toda clase de pensamientos raros, haciéndonos creer una mentira. Elías estaba creyendo una mentira, en parte porque estaba agotado. Por eso, Dios le dio descanso y renovación, y Elías caminó después durante 40 días y 40 noches por las fuerzas que eso le proporcionó.

En segundo lugar, Dios se comunicó con Elías de una manera sensible. Le dijo: «¡Elías, levántate y sal de esa cueva! Allí hay mucha oscuridad, hombre, sal y párate en la luz. Ponte de pie sobre la montaña, delante de mí. Ese es el lugar donde vas a recibir confianza. Olvídate de Jezabel. Quiero que pongas tus ojos en mí. Ánimo, que yo estoy contigo y siempre lo estaré».

La presencia de Dios no estuvo en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego. Su voz vino a Elías en una suave brisa. Esos agradables y apacibles murmullos fueron como imanes invisibles, arrastrados por el viento, que sacaron a Elías de la cueva. ¿Ve lo que hizo Dios? Sacó a Elías de la cueva de la auto conmiseración y la depresión. Y una vez que Elías estuvo fuera de la cueva, Dios le preguntó de nuevo: «¿Qué haces aquí, Elías?»

El Señor le mostró a Elías que este tenía todavía trabajo por hacer, que seguía habiendo un lugar para él. A pesar de lo desilusionado y agotado que estaba, continuaba siendo el siervo de Dios y el hombre que él había elegido para «un tiempo como este» (Ester 4:14). Ante la queja de que estaba solo, Dios le dijo: «Aclaremos esto, Elías. Hay siete mil fieles que no se han inclinado ante Baal. En realidad, tú no estás solo. En cualquier momento que yo quiera, con solo un chasquido de mis dedos, puedo traer al frente a todo un batallón nuevo de mis soldados». ¡Qué confianza le produjo todo eso!

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.