Génesis 22:3-8; Hebreos 11:8-19
Tuve que leer el pasaje de Génesis varias veces antes de ver la clara e implícita declaración de fe de Abraham. Sus palabras y su proceder son tan sencillos, tan desapasionados, que es fácil no ver el dramatismo de esta escena. Si yo fuera a sacrificar a mi hijo, en quien estaban personificadas todas las promesas que Dios tenía para mí, me habría dominado la emoción: «No entiendo por qué Dios me está haciendo esto, pero haré lo que Él dice. Por eso, voy a subir a esa montaña a sacrificar a mi hijo en ese altar, y luego regresaré a mi casa para llorar esta pérdida por el resto de mi vida».
Según el libro de Hebreos, Abraham conocía tres realidades importantes. Primera, Isaac habría de ser el vehículo de las promesas de Dios; por consiguiente, tenía que vivir. Segunda, que Dios siempre cumple sus promesas. Tercera, que el poder de Dios es absoluto, aun sobre el poder de la muerta. Por tanto, la única conclusión lógica que quedaba era que, de alguna manera, contra toda razón natural, después de matar a Isaac y dejar que el fuego lo consumiera por completo. Dios restauraría milagrosamente la vida de Isaac, el muchacho a quien tanto amaba.
Abraham, obviamente, no le dijo a Isaac lo que él sabía que iba a suceder en la montaña. No podemos estar seguros de por qué se reservó esa información. Tal vez fue para evitarle a su hijo un temor innecesario. No lo sabemos. Pero sí se que cuando Dios hace una obra de transformación en usted que involucra una prueba, Él no está probando a otras personas, lo está probando a usted. Dado que esta experiencia está hecha para usted, no es un requisito necesario o incluso apropiado el que usted comparta la historia con alguien más; o en realidad con nadie. A veces, cuando uno se guarda las cosas para uno mismo. . . completamente, eso le da fortaleza.
Isaac finalmente hizo la pregunta lógica. Tenían un cuchillo, madera y fuego para el sacrificio, pero «¿dónde está el holocausto?». Me encanta la respuesta de Abraham: «Dios mismo proveerá». El hebreo utiliza un modismo que suena como algo que diría un padre hoy: «El Señor se ocupará de eso hijo mío». ¿Puede oír su tono sereno y confiado? «Dios mismo se lo proveerá. Eso le toca a Él. Nosotros estamos haciendo su voluntad. A Él le corresponde ocuparse de los detalles. Nuestra responsabilidad es confiar en Él. Este es un riesgo que compartiremos juntos».
Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.