Para muchos parece haber un problema con la oración. “Es una conversación con uno mismo.” “Parece que no sirve.” “Dios se demora demasiado para contestar.” “Dios hace lo que quiere, de todas maneras.”
Agobiados bajo el teje y maneje de la vida, es fácil pensar que hay un problema serio con la oración: Dios. Cuando Dios no responde conforme a nuestra voluntad, nos sentimos frustrados. Podemos pensar que nuestras oraciones simplemente andan flotando por la galaxia, demasiado insignificantes como para captar la atención del Creador. En medio de esta desilusión, a menudo somos muy lentos para aceptar que el problema con la oración no es Dios, sino nosotros.
El Problema de Una Comprensión Errada de la Oración
Solía pensar que la vida sería mucho más fácil si Dios respondiera a unas pocas oraciones estratégicas más; apenas un par de peticiones clave para recordarnos que Él está oyendo. Estaba convencido de que una sanidad profunda aquí y allá añadiría emoción a la vida de la iglesia.
Entonces Dios sanó a Karen.
Una clase de escuela dominical se reunió para orar de manera desesperada la noche antes de la operación que removería un tumor del cerebro de Karen. La cirugía probablemente la dejaría sin poder hablar por mucho tiempo. Dirigiendo la oración, le pedí a Dios que consuele a su esposo, hija, y familia en ese momento de crisis, que ayudara a los cirujanos, que acelerara su recuperación, y, si esa era su voluntad, que la sanara milagrosamente.
Por supuesto, esa última parte era solamente fanfarronada. Aunque yo creía que Dios podía sanar a Karen, estaba seguro de que Él usaría medios menos gloriosos. Al conducir a casa, incluso le dije a mi esposa: “Karen probablemente nunca volverá a ser la misma.”
A la mañana siguiente, el tumor había desaparecido.
Yo di por sentado que la respuesta de Karen sería probablemente tan profunda como la respuesta de Dios a la oración. Después de todo, cuando una persona experimenta la intervención asombrosa del Dios Todopoderoso, deberíamos esperar un avivamiento explosivo, ¿verdad?
Antes de que pasara un año, Karen dejó la iglesia y se divorció de su esposo.
Siempre había pensado que la oración fortalecería la fe y atizaría el agradecimiento. Desilusionado por la respuesta de Karen, me vino a la mente que incluso los israelitas rezongaron y se revelaron en medio de las respuestas poderosas a sus peticiones (Números 11 — 14).
Como ve, el problema con la oración no es Dios, sino nosotros.
El Problema del Abuso de la Oración
A poco de haberme convertido a Cristo, erróneamente seguí el llamado “evangelio de la prosperidad,” aquella teología de “menciónalo y reclámalo” que abrumaba los programas cristianos de televisión y las librerías; y continúa abrumándonos hoy. “No hagas confesiones negativas,” se me dijo. “Si estás enfermo, ¡confiesa que has sido sanado!”
En cierta ocasión le mencioné a una mujer que se consideraba “profetisa” que me estaba quedando calvo. Al instante ella me puso la mano sobre la cabeza y gritó: “No, no es así; ¡en el nombre de Jesús!” Aquella “profetisa” trataba a la oración como si fuera una tarjeta de crédito que podía mostrar en cualquier tiempo para compras importantes.
Tal vez nosotros no vayamos a los extremos de aquella mujer, pero todos podemos caer en la trampa de abusar de la oración. Aun cuando a lo mejor insertemos un “hágase tu voluntad” entre dientes, muy adentro pensamos: “¡No! ¡Hágase mi voluntad!” Sí, Cristo dijo: “Pidan, y Dios les dará” (Mateo 7:7, VP), pero su hermano Jacobo nos recuerda: “cuando le piden a Dios no reciben nada porque la razón por la que piden es mala” (Santiago 4:3, PDT).
De nuevo, el problema con la oración no es Dios, sino nosotros.
Corrigiendo el Problema con la Oración
Después de una docena de años en la universidad, seminario, y estudios de doctorado, había esperado finalmente tener un buen dominio de la oración. No es así. En verdad, mientras más oro, menos entiendo sus profundos misterios. He llegado a varias conclusiones que pueden ayudarnos a corregir lo que percibimos como problemas con la oración.
En primer lugar, necesitamos entender que el propósito de la oración no es que Dios nos complazca, sino que Dios nos cambie. Si un padre cede constantemente a los caprichos de su hijo pequeño, lo consideraremos como un mal padre. ¿Por qué, entonces, algunos piensan que Dios es un Dios obstinado cuando no nos da todo lo que queremos? Necesitamos confiar que Dios es sabio y poderoso lo suficiente para contestar de manera correcta, y justo a tiempo. Primera de Juan 5:14 dice: “Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” Es decir, Dios no salta ante toda confesión de labios para afuera. La oración que se eleva con verdadera fe se somete a su voluntad, nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4:3). La voluntad de Dios es cambiarnos, no complacernos.
Segundo, necesitamos aceptar que el poder de la oración se percibe incluso en la respuesta más pequeña. Estoy convencido de que los seres humanos no captan completamente lo poco que merecemos el amor y la gracia de Dios. Hay que considerar que lo que pensamos como “migajas” de oración contestada en realidad pueden ser festines abundantes cuando nos damos cuenta de que Dios no nos debe nada (Génesis 32:9-10; Lucas 7:6-9). Cuando ajustamos nuestra actitud en cuanto a nuestra propia indignidad para recibir el favor de Dios, jamás consideraremos la respuestas “pequeñas” a la oración como insignificantes.
Finalmente, necesitamos reconocer que el proceso de la oración no es tan importante como la actitud de la oración. Cuando Dios en su soberanía escogió sanar a Karen, lo hizo aunque ninguno de nosotros lo esperaba. Nuestra débil oración fue un acto sencillo de fe: entregar al cuidado de Dios nuestras preocupaciones (Filipenses 4:6; 1 Pedro 5:6-7). Los creyentes pueden atascarse en un método, preocupados de no haber dicho las palabras precisas, o elevado la oración con suficiente fervor o suficiente frecuencia, o no haber creído lo suficiente. Eso es palabrería, no oración (Mateo 6:5-8). Si usted se preocupa por no decir las palabras precisas en la oración, o las cosas debidas, aprenda de memoria Romanos 8:26: ¡el Espíritu de Dios ayudó incluso a Pablo a orar!
Por supuesto, esos recordatorios son fáciles de leer, pero no son fáciles de poner en práctica. En nuestras mentes humanas finitas, siempre percibiremos “problemas” con la oración. ¿Está usted batallando en su vida de oración, sin ver resultados, preguntándose si Dios le está oyendo? Tal vez sea tiempo de un cambio de actitud. Tal vez sea tiempo de finalmente aceptar que el problema con la oración no es Dios, sino nosotros.