La vida es una jungla.
¿Quién no ha estado hasta el cuello en las arenas movedizas de los plazos y las demandas? ¿Quién no ha librado batallas en contra de irritaciones semejantes a un cocodrilo en el fango del exceso de compromisos, del incumplimiento de potenciales y de la saturación? Encima de todo eso están aquellas emboscadas de la crítica que se lanzan sobre nosotros como leones hambrientos y que, como garras de pantera, nos despedazan. Sólo los más fuertes sobreviven. Y entre aquellos que lo hacen, los que perciben el peligro y conocen las técnicas de autodefensa llegan en las mejores condiciones.
Jay Rathman es uno de estos hombres. Mientras estaba cazando ciervos en el norte de California, trepó a un saliente de la pendiente de un rocoso desfiladero. Al levantar la cabeza para mirar más allá del saliente, sintió un movimiento cerca de su cara. Una serpiente cascabel enroscada atacó con velocidad relampagueante, zumbando junto a la oreja derecha.
Los colmillos de la serpiente se engancharon en el cuello del suéter de lana de Rathman y la fuerza del lanzamiento hizo que la serpiente cayera sobre su hombro izquierdo. De inmediato se enroscó alrededor de su cuello.
La agarró detrás de la cabeza con la mano izquierda y pudo sentir como bajaba el veneno caliente por la piel de su cuello mientras los cascabeles hacían un ruido furioso.
Cayó de espaldas y se deslizó cabeza abajo por la empinada pendiente entre arbustos y rocas de lava, acompañado por los rebotes de su rifle y de sus binoculares.
“La suerte quiso que terminara atascado entre las piedras con los pies hacia arriba. Apenas podía moverme,” dijo al describirle el incidente a un oficial del Departamento de Caza y Pesca.
Levantó el rifle con la mano derecha y lo usó para desenganchar los colmillos de su suéter, pero la víbora ahora tenía la suficiente movilidad como para volver a atacar.
“Se lanzó unas ocho veces y logró pegarme con su nariz justo debajo de mi ojo como cuatro veces. Mantuve la cara volteada para que los colmillos no tuvieran un buen ángulo, pero estuvo muy cerca. Esta tipa y yo estuvimos cara a cara y descubrí que las víboras no parpadean. Tenía colmillos como agujas . . . Tuve que estrangularla hasta matarla. Era la única salida. Tenía miedo de que toda la sangre que se me estaba acumulando en el cerebro me hiciera desmayar.
Cuando trató de tirar el cuerpo de la víbora, no podía soltarla —“Tuve que forzar los dedos asidos al cuello del animal para separarlos”.
Rathman, de cuarenta y cinco años, que trabaja para el Departamento de Defensa en San José, estima que su encuentro con la serpiente duró unos veinte minutos.
El guardabosques Dave Smith describe de esta manera su encuentro con Rathman: “Caminó hacia mí blandiendo un manojo de cascabeles y con una sonrisa me dijo: ‘Me gustaría asentar una queja acerca de su fauna’.”
Cuando leí por primera vez este espeluznante relato pensé cuánto se asemeja la lucha de Rathman a la vida diaria. En el momento menos pensado somos atacados. Con traicionera fuerza estos ofídicos ataques nos hacen perder el equilibrio al enroscársenos. Expuestos y vulnerables, podemos ser presa fácil de estos ataques. Son frecuentes y variados: dolor físico, trauma emocional, estrés relacional, dudas espirituales, conflictos matrimoniales, tentaciones carnales, reveses económicos, asaltos demoníacos, desilusiones . . . paf-paf, paf, paf, ¡PAF!
Luchamos sin cesar por la supervivencia, sabiendo que cualquiera de esos golpes puede dar en el blanco y propagar veneno que inmoviliza y paraliza, dejándonos impotentes. ¿Y cuál es exactamente ese blanco? El corazón. Así es cómo la Biblia lo llama. Nuestra persona interior. Allí, muy en lo profundo, donde nace la esperanza, donde se toman las decisiones, donde toma fuerzas el compromiso, donde se guarda la verdad, donde se forma el carácter (aquello que nos da profundidad y nos hace sabios).
Con razón el antiguo sabio hace la siguiente advertencia:
Oye, hijo mío, y sé sabio,
Y endereza tu corazón al camino (Proverbios 23:19).
La búsqueda del carácter maduro requiere que ciertas cosas sean guardadas dentro del corazón mientras que otras deben permanecer fuera de él. Un corazón descuidado invita al desastre. Un corazón bien guardado significa supervivencia. Si tú quieres sobrevivir en la jungla, superando cada ataque traicionero, tendrás que guardar tu corazón.