“¡Miiiiiiguel!” El grito de mi hija penetró por las paredes, entró en mis oídos, y puso en alerta mi sistema nervioso. “¿Qué sucedió ahora?” pensé para mis adentros y subí por las escaleras. Apenas había alcanzado a llegar al último escalón, cuando tanto mi hija como mi hijo me cayeron encima, como pestilencia en un zorrillo. Entonces empezaron la pelea verbal: “Miguel me llamó ‘niña’”—pum, una palmada retórica en las costillas. “Es que Karla se metió en mi cuarto”—tun, un puñetazo en la barriga. “Es que sólo quería recoger algo que es mío”—tun, un puñetazo retórico en la cara . . . . Y así por el estilo. Así que decidí usar algo de lógica fría para resolver esta pelea: “Oigan, voy a sacar los guantes de boxeo, y así los dos pueden resolver esto como gente adulta.” Al bajar las escaleras para buscar los guantes, se me ocurrió: Dejar que ellos se den trompadas probablemente no es buena idea.

Todo padre o madre que tiene más de un hijo ha pasado por experiencias similares. Una pelea puede estallar en un instante. Uno de los hijos toma algo del otro, o usa el tono equivocado de voz, o se ríe del otro, y, antes de que uno se dé cuenta, están atacándose como si fueran boxeadores en campeonato mundial. En tales momentos, ¿qué hace uno? Pues bien, tengo unas pocas sugerencias, y sacar los guantes de boxeo no es una de ellas.

Pablo nos dice que Dios nos ha reconciliado consigo por la muerte y resurrección de Cristo. Antes de que confiáramos en Cristo por fe, éramos enemigos de Dios. Pero ahora estamos en paz con Él, y debido a que esto es verdad, Dios nos ha dado “el ministerio de reconciliación” (2 Corintios 5:18).

Para lograr reconciliación entre hijos que pelean, lo primero que hay que hacer es separarlos enviándolos a sus esquinas respectivas, a sus cuartos o a algún otro lugar de la casa. Hable con cada uno de ellos de manera individual, y trate de hallar la verdad de lo que produjo la pelea. A veces llegar al fondo de cada relato exige la sabiduría de Salomón, pero siga examinando hasta que quede satisfecho con las respuestas que le dan.

Mi experiencia con mis propios hijos ha sido que rara vez alguno de ellos está tratando de defenderse a sí mismo. Por lo general algo de la culpa le cae a uno y a otro. Con todo, típicamente un hijo es más responsable que el otro. Con este hijo, explique en vocabulario apropiado el error que ha cometido y dele una advertencia de las consecuencias y cuando se aplicarán. Pero la clave para la reconciliación es notificar al hijo que tiene que confesar al otro el mal hecho y pedir perdón.

Haga saber al hijo ofendido que el ofensor pedirá perdón y que usted espera que le perdone. A menudo uno tiene que decirle a este niño que entiende por qué está molesto y que está ofreciéndole la oportunidad para que sea como Jesús y perdone a su hermano o hermana.

Luego reúna a las dos partes que pelean y dele al hijo ofensor la oportunidad de confesar lo que ha hecho y pedir perdón. Luego con gentileza estimule al otro hijo, si fuera necesario, a que extienda gracia y en efecto perdone.

Asegure a ambos hijos que los quiere, y recuérdeles que deben seguir con sus actividades, y que el asunto queda concluido. Pero asegúrese de aplicar cualquier castigo que usted considere apropiado, y, después, tome a ese hijo en sus brazos y muéstrele su cariño. Luego, como padre, cierre el libro en cuanto al asunto.

Las peleas son inevitables si se tiene más de un hijo. La forma en que resuelve estas peleas, no obstante, puede marcar a sus hijos para toda la vida. Si se las atiende de manera apropiada, ellos aprenderán humildad, gracia, perdón y reconciliación. Cuando tengan sus propios hijos, no tendrán que ir a buscar los guantes de boxeo para resolver peleas infantiles.