En ocasiones he tenido el honor de ministrar a oficiales de alto rango en las fuerzas armadas, en la capital de los Estados Unidos de América, y soy un mejor hombre debido a eso. ¿Una mejor manera de decirlo? Estos líderes son modelos de una fuerte dedicación cristiana, frecuentemente poniendo su fe en la raya. Eso no les gana más puntos ante sus superiores, pero con todo ellos se destacan.
Durante una conversación afloró el tema de la pureza moral. Esto condujo a un importante intercambio sobre el carácter. Les pregunté si en sus filas una falta en las cualidades de carácter era muy significativa. De inmediato respondieron: “¡Por supuesto!” Su consagración mutua a la integridad personal me impresionó porque la expresaron de manera espontánea y sincera. Les dije que ellos serían muy buenos pastores.
De repente el grupo se quedó incómodamente en silencio. Uno de ellos finalmente rompió el silencio. Dijo que la conversación tocó un nervio en vivo puesto que la mayoría de oficiales asistían a la misma iglesia . . . “ una iglesia con larga historia de fuerte predicación bíblica, maravilloso compañerismo, y un testimonio saludable en la comunidad hasta que . . .”
Se me retorció el estómago. Ni siquiera quise pensar en lo que iba a decir de seguido, aunque pudiera haberlo adivinado. Él continuó: “. . . hasta que nuestro pastor se enredó con una mujer, y ambos dejaron a sus cónyuges e hijos. Ahora viven juntos, y a nosotros se nos ha dejado para que recojamos el destrozo.” Lágrimas, vergüenza y lento menear de las cabezas reveló su aturdimiento y profundo desencanto. Su dolor me pesó fuertemente. Yo también me sentí abochornado.
La iglesia fue un testimonio evangélico paladín en el área metropolitana de la capital, “hasta que . . .” Fue humillante pensar que una norma de alto carácter moral es de primordial importancia entre los oficiales militares, pero dentro de las filas de los ministros, mis colegas, ruge una epidemia de impureza moral. Para complicar el asunto, algunos vuelven al ministerio reclamando perdón y gracia.
En tanto que el perdón es el centro del ministerio orientado a la gracia, una dedicación a la santidad y pureza moral sigue siendo absolutamente vital. Quisiera poder decirlo bien claro. La cuestión fundamental no es la falta de perdón; es el pensamiento defectuoso de muchos creyentes de que el perdón es sinónimo del retorno a todos los derechos y privilegios. Me temo que somos demasiados blandos para hacer a un lado el daño hecho por el pecado. Nos apresuramos al proceso del perdón, reduciendo las consecuencias del pecado.
¿Demasiado fuerte? Pregúnteselo a ese rebaño víctima en la capital del país, y a otra docena de congregaciones que apenas en el mes pasado o algo así, han tenido que recoger los destrozos que dejó un pastor que parecía dulce, y que se rindió a la lujuria de lobo. O pregúnteselo a la engañada esposa del pastor, que debe soportar la humillante odisea sola.
Amigos míos, este no es el momento o tema para escatimar palabras. Concuerdo con Pedro cuando nos insta a hacer todo esfuerzo para añadir bondad a nuestra fe (2 Pedro 1:5). Preste atención para ser fiel, sin que importe en donde usted está sirviendo. Sea en las fuerzas armadas, en el ministerio, en el mercado de trabajo, o en su casa, sea fiel.