La historia de José nos muestra el corazón y la mente de un hombre formado en el crisol del rechazo, la soledad, la privación y las falsas acusaciones. Un hombre que aprendió paciencia y obediencia al depender completamente de Dios, al punto de ser utilizado como un canal de bendiciones en la vida de otras personas—incluyendo su propia familia.

Malinterpretado, malentendido y vendido como esclavo por sus propios hermanos, las palabras de José en Génesis 50 proporcionan la expresión más fina del perdón que podamos encontrar en cualquier lugar en la Biblia, aparte de las palabras de Jesucristo. Todos los que luchan con alguna culpa innecesaria por pecados ya perdonados, se beneficiarán al recordar con frecuencia la respuesta de José:

«No me tengan miedo. ¿Acaso soy Dios para castigarlos? Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas. No, no tengan miedo. Yo seguiré cuidando de ustedes y de sus hijos» (Génesis 50:19-21a).

Humanamente hablando, cuando la persona promedio se encuentra con alguien que le ha hecho un grave daño, lo más probable es que lo mire con el ceño fruncido y le diga: «Pídeme perdón de rodillas, si no, no te perdono». Pero José no actuó así. Él era un hombre transformado. . . Él era un hombre de Dios, lo que significa que era un hombre de integridad y perdón.

No sé que es lo que a usted le esté irritando en este momento, ni qué recuerdos le obsesionan, ni conozco el dolor con el que vive por algo malo que le han hecho; pero conozco bien a la humanidad como para saber que la mayoría de las personas han sido tratadas mal por alguien, de una u otra manera. Cuando eso sucede, la perspectiva se oscurece. Los recuerdos del mal recibido se aglutinan en nuestra mente cegando nuestro entendimiento. Nada nos daría más gusto que saber que quien nos hizo tanto mal, se vuelve víctima de las consecuencias de su propio proceder. Sin embargo, no es así como opera un hombre o una mujer de Dios. José hizo ver a sus hermanos que no había nada bueno en sus intenciones: «Ustedes se propusieron hacerme mal». Pero en su siguiente frase, José deja que su teología eclipse sus emociones humanas y malos recuerdos: «Pero Dios dispuso todo para bien».

José, quien fue capaz de discernir el plan divino en los sueños del faraón, conocía también el plan divino en las cuestiones de sus hermanos. Además de su perdón y seguridades, les hizo un ofrecimiento que no podían rechazar. Los animó a regresar y traer a su padre a ese país, donde había podrían disfrutar de alivio a su improductiva existencia.

Las palabras de José ofrecen una magnifica descripción de la gracia de Dios cuando vino a rescatarnos en la persona de Su Hijo Jesucristo. En vez de ser condenados, somos perdonados.

En lugar de sentirnos culpables, somos liberados. Y en vez de experimentar el castigo, que ciertamente merecíamos, nos sentamos a Su mesa y se nos sirve mucho más de lo que jamás hubiésemos pensado consumir.

¡Qué crucial es la buena actitud en la vida del cristiano! Podemos cumplir con las formalidades del domingo, participar en los cultos, llevar una Biblia bajo el brazo, cantar los himnos y alabanzas y, con todo, guardar rencor a las personas que nos han agraviado. A nuestra manera, y aun tal vez con un poco de manipulación religiosa, nos desquitaremos de ellas. Pero no es así como Dios actúa. En esta historia, Él nos muestra la manera correcta de actuar. Nos da el ejemplo de la buena actitud de José, siendo positivos, misericordiosos, compasivos, generosos y altruistas. Sin duda, la grandeza se revela mayormente por nuestras actitudes.