El cristianismo no se puede vivir únicamente leyendo la Biblia, escuchando cantos de alabanza y orando a solas. El cristianismo no es un deporte individual, como la pesca o el golf; es un deporte de equipo como el baloncesto o el fútbol, y la iglesia local es el equipo. Para estar en el equipo se requiere la participación activa y la colaboración mutua en el Evangelio. De esa manera, la persona que verdaderamente busca agradar a Dios debe colaborar armoniosamente en una iglesia local. Más concretamente, la iglesia que agrada a Dios colabora unida en el Evangelio. Si no hay colaboración, no hay iglesia. De lo contrario solo se trataría de un club social que se reúne los domingos.
En Filipenses 1:1–11, Pablo saluda con gozo a su iglesia favorita y comparte las razones por las que está tan entusiasmado por ella. El apóstol escribe esta carta para expresar su aprecio y afecto por los creyentes filipenses. Más que ninguna otra iglesia, los creyentes en Filipos ofrecieron a Pablo el apoyo financiero para su ministerio y en particular, para ayudar a los creyentes necesitados de la iglesia en Jerusalén (2 Corintios 8:1-5; Filipenses 4:15-18). El afecto de Pablo por esta iglesia se hace evidente a lo largo de la carta al animarles a vivir su fe en Cristo con gozo y unidad (Filipenses 1:3-5, 25-26; 4:1).
Filipenses comienza con estas palabras: «Saludos de Pablo y de Timoteo, esclavos de Cristo Jesús» (Filipenses 1: 1a, NTV). Aunque fue Pablo quien escribió esta carta, él incluye a Timoteo como su colaborador y mano derecha, presentándose ambos como esclavos de Cristo. Planeando enviar a Timoteo a servir en esa congregación, Pablo desea que los creyentes filipenses lo reciban, acepten y respeten, no como una autoridad espiritual, sino como un colaborador en el Evangelio. Pablo concluye su saludo incluyendo tanto a la congregación como a sus líderes (v. 1b): «Yo, Pablo, escribo esta carta a todo el pueblo santo de Dios en Filipos que pertenece a Cristo Jesús, incluidos los ancianos gobernantes y los diáconos». En una carta de 104 versículos, el nombre o el título de Jesús aparece 51 veces. Es obvio que quién ocupa un lugar central en el corazón, la mente y la teología de Pablo es Jesucristo, no el pastor o los líderes de la iglesia. Como Pablo, debemos ver a Jesús como supremo y a nosotros mismos como esclavos y humildes colaboradores.
Después de desearles gracia y paz en Jesucristo (v. 2), Pablo concluye su saludo formal, pero su acción de gracias introductoria se extiende hasta el resto del capítulo. Pablo recuerda con frecuencia a la iglesia y siempre ofrece oraciones de gratitud y gozo por ella: «Cada vez que pienso en ustedes, le doy gracias a mi Dios. Siempre que oro, pido por todos ustedes con alegría, porque han colaborado conmigo en dar a conocer la Buena Noticia acerca de Cristo desde el momento que la escucharon por primera vez hasta ahora» (vv. 3-5). La razón por la que Pablo agradece con tanto gozo a Dios por los filipenses, es por su colaboración con él en el Evangelio. La frase «han colaborado» que aparece en el versículo 5, es la palabra griega koinonía. Tal vez usted esté familiarizado con este término y lo asocie con uno de sus significados al español, como «comunión» o «compañerismo». El problema es que comúnmente asociamos esta palabra con café, galletas y conversación o algún tipo de confraternización cristiana. Ahora, no tiene nada de malo reunirse para tomar café y comer galletas, pero esto no es una verdadera koinonía.
La palabra koinonía originalmente tenía connotaciones comerciales. Si dos hombres compraban un bote y comenzaban un negocio de pesca, se decía que estaban en koinonía—en una colaboración o sociedad comercial formal. Compartían una visión común e invertían juntos para que la visión se convirtiera en una realidad. La verdadera comunión cristiana significa compartir la misma visión de llevar el Evangelio al mundo, y luego invertir personalmente para que esto suceda. Por lo tanto, hay connotaciones financieras en la palabra koinonía, así como un llamado al sacrificio personal, como leemos en el versículo 7: «Participan conmigo del favor especial de Dios, tanto en mi prisión como al defender y confirmar la verdad de la Buena Noticia». Pablo agradece a Dios que los filipenses, desde el primer día de su conversión, se arremangaron la camisa y se involucraron con él en el avance del Evangelio. No solo colaboraron en la ofrenda para los pobres de la iglesia en Jerusalén, sino que también colaboraron con el apóstol en sus sufrimientos.
Pablo deseaba que los filipenses experimentaran el mismo tipo de gozo que él tenía, a pesar de estar preso. Él sabía que el verdadero gozo proviene solo al tener una fe humilde en la obra salvadora de Jesucristo. Esto ocurre al unirnos en armonía con otros creyentes y servirnos mutuamente en Su nombre. Esta fue la vida que experimentaron los creyentes filipenses y es la vida que está disponible para nosotros hoy día. Permita que el gozo que usted encuentra en Cristo le mantenga alejado de rencillas y divisiones y, en lugar de ello, le guie a una colaboración armoniosa (koinonía) con otros creyentes en su iglesia local. Recuerde, si no hay colaboración, no hay iglesia.