Dios usó un trabajo tan ordinario para enseñarme una gran lección en mi vida. En mi jardín comenzó a brotar cierto tipo de maleza. Al principio no presté mucha atención y sólo pasaba la podadora por encima de estas indeseables “inquilinas”.  Poco tiempo después, esta maleza contaminó gran parte del jardín. Alguien me dijo que había dos formas de tratar con esta plaga: cortarla a ras del suelo o arrancarla de raíz. Pero sólo la segunda resolvería definitivamente el problema.

La falta de perdón es el resultado de no procurar la paz con alguien y el residuo se vuelve una raíz de amargura que produce fruto constante. Para poder acabar con la amargura, es necesario excavar profundo y extraer la raíz misma.

El escritor de Hebreos dice: . . .que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados. Este versículo nos enseña dos cosas en cuanto a la amargura: que tiene una raíz y cuando la raíz se extiende, contamina a muchos.

Pero la raíz del problema no es la amargura, sino el no procurar la paz. Si no procuramos diligentemente estar en paz con alguien que nos ha lastimado, esto crea una barrera que obstaculiza aceptar el perdón de Dios, y fallamos en comprender Su gracia perdonadora. En cuanto al pacto del perdón, Dios espera que nosotros cumplamos nuestra parte del pacto de la misma manera que Él cumplió la suya con nosotros—por gracia, sin merecerlo. Si insistimos que la persona debe cumplir nuestras condiciones para poder perdonarla, entonces nuestro perdón no es por gracia y con esto negamos también la gracia de Dios a nosotros (vea Mateo 6:15). La solución es atacar el problema de raíz: Buscar la paz con todos (Hebreos 12:14).

Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para la otra persona, sin darnos cuenta que los  beneficiados somos nosotros mismos. A través del perdón usted pone todo en las manos amorosas del Señor que todo lo puede.

Por cierto, mi jardín ha quedado limpio de maleza al haber llegado a la raíz del problema y atacado el problema de raíz.