Victoria en Cristo. Eso es lo que muchos creyentes quieren. Es lo que Cristo mismo nos ha prometido. Pero varias preguntas vienen a mi mente; preguntas como: “¿Por qué no vemos más victoria en Cristo?”, o “¿Por qué yo mismo no tengo más victoria en Cristo?” El teólogo J. P. Moreland hizo una declaración que perturba: “Es probable que el noventa y cinco por ciento de creyentes de cualquier generación tengan un concepto fundamentalmente defectuoso de lo que es el cristianismo”. Por ejemplo, si hubiéramos vivido durante las Cruzadas, la mayoría de “buenos cristianos” hubieran tenido una certeza casi completa de que podían ganarse admisión al cielo yendo a pelear por libertar a la Tierra Santa.

Todo esto para decir que a veces es difícil hacer una separación clara entre lo que Dios nos ha dicho que es verdad y lo que simplemente damos por sentado que es verdad porque todos los que nos rodean dicen o piensan que es.

Hubo un tiempo en que daba por sentado que “victoria en Cristo,” es decir, vivir una vida cristiana victoriosa en este mundo pecador y torcido, quería decir tener victoria en mi propia vida, según yo la definía. Debido a mi cultura, pensaba que tener victoria en Cristo quería decir que había llegado a ser cada vez más suficiente por mí mismo. A los estadounidenses se nos conoce por nuestra independencia, confianza propia, y actitud de “marchar con nuestros propios pies.” Estas cualidades son tremendamente útiles al salir a colonizar territorio virgen, o para inventar la desmotadora de algodón, o incluso para empezar un negocio, pero no son recursos grandiosos al tratar de hallar victoria verdadera en Cristo. A mí, este espíritu independiente en realidad me mantuvo en una especie de estancamiento espiritual.

En 1 Juan 5:3-4 leemos: “Pues éste es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” Así que pienso que para llegar a ser victorioso, necesito crecer en mi amor y obediencia a Cristo. Quiero ser como él; y él no es una isla. Él no fue un explorador que hacía lo que se le antojara. En Juan 8:28 Jesús dijo:

Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.

Jesús vivió en total dependencia de Dios. Escogió vivir dependiendo de la bondad de otros, y dependió de los discípulos para esparcir su mensaje después de que se había ido. Eso es abundante dependencia. Me doy cuenta de que necesito ser cada vez más dependiente de Dios, y lo que ahora estoy aprendiendo es que necesito también ser más dependiente de los creyentes que me rodean. Si permito que mi vida se entrecruce con la de ellos, si les permito que conozcan mis puntos débiles y fracasos, mis luchas y esperanzas, y entiendo lo que les pasa a ellos, estoy siguiendo el ejemplo de Jesús, y Él recibirá el honor. Al hacer esto, crezco. Mis amigos creyentes me dicen cosas que yo no podría hallar por mí mismo. Algunas son bochornosas, y algunas duelen. Pero a veces mi alma recibe estímulo y refrigerio de manera que no hallaría de otra manera.

El responder bien a estas bendiciones, las que duelen y las que refrescan, es parte de cómo es la “victoria en Cristo.” Esto brota sólo de un esfuerzo expreso de dependencia. Pero aun cuando esta idea sea contradictoria a mi cultura y a mí propios instintos a veces, buscar esta victoria en Cristo es más sorprendente y maravilloso de lo que he esperado.

  1. J. P. Moreland, “The Importance of the Mind in Christian Living,” podcast, The Veritas Forum, http://www.veritas.org/importance-mind-christian-living/, acceso 7 abril 2008.