Al seguir los pasos de Jesús, es imposible dejar de notar a las mujeres devotas, llenas de fe, que le seguían. Él impactó y cambió a todas ellas. Los siglos que separan nuestras culturas han ablandado las escenas, pero para la gente de su día, las invitaciones y respuestas de Jesús no fueron menos que insólitas.
Para nosotros, el cuadro de Jesús hablando con una mujer no parece tan extraño; pero la cultura a principios del siglo primero ponía a las mujeres apenas un escalón por encima de los animales. A la mujer se la consideraba propiedad: primero del padre, luego del esposo, y después del hijo si llegaba a quedar viuda. En ese entonces la opinión de una mujer no importaba. La mayoría pensaba que la mujer no tenía valor. Una mujer tenía escasa esperanza de sobrevivir sin un hombre.
Las mujeres a duras penas sobrevivían cerca del escalón más bajo de la escala social. Se pensaba que eran responsables por mucho del mal en el mundo. Si una mujer hablaba en público con un hombre que no era su esposo, se daba por sentado que estaba teniendo una relación ilícita con él, y eso daba base para el divorcio . . . o algo peor. Además, a la mujer no se le permitía comer en el mismo cuarto donde había hombres reunidos, ni que se le enseñarán las Escrituras junto con los hombres, o si quiera entrar en los atrios del templo para adorar junto con los hombres. Cada mañana, aunque usted no lo crea, el fariseo empezaba su día dándole gracias a Dios por no haber nacido gentil, mujer o esclavo.
Pero Jesús no era así.
En tanto que los hombres respetables no les daban a las mujeres ni la hora, Jesús expresamente hablaba con ellas . . . a plena luz del día. ¡Hubiera sido tema para los tabloides! Con gusto les daba la bienvenida. ¡Escandaloso! Jesús les brindó respaldo, consideración y atención a las mujeres; especialmente a las más necesitadas. Rompió las opresivas y horrendas reglas culturales y rescató a las mujeres de pasados dolorosos, control demoníaco y enfermedades graves.
Jesús también fue expresamente contra la corriente de las prácticas religiosas aceptables. En vez de limitar su enseñanza a “sólo los hombres” de la sinagoga, Jesús también enseñó en lugares en donde las mujeres podían sentarse en primera fila: en las faldas de la montaña, en el mercado, junto a un pozo y en el atrio de las mujeres en el templo. Usó ilustraciones con las cuales las mujeres podían fácilmente identificarse: una moneda perdida, levadura leudando la masa, una llamada persistente a la puerta del vecino a medianoche.
Jesús no solo notó a las mujeres, sino que también las llamó a salir de las sombras y a la fe. No es por accidente que muchas de sus conversaciones documentadas fueron con mujeres, y que muchos de los milagros pusieron a mujeres en papeles protagonistas. Jesús deliberadamente escogió que fuera así. Lo que es más, sus mejores alumnas y discípulas más dinámicas e intrépidas fueron mujeres. ¡Con razón a las mujeres les encantaba su instrucción! Pienso que la manera en que las mujeres le respondían hacía que Jesús sonriera. Él vio la fe de ellas; ¡y su ejemplo de gracia, misericordia y compasión no fue menos que un estremecimiento sísmico para todos en la escena! Hablando espiritualmente, Jesús no hizo distinción entre hombres y mujeres. Simplemente se relacionó con las personas en base a su fe en Dios; o la falta de la misma.
¿Saben lo que hallo sorprendente? ¡La consistencia de las Escrituras en las descripciones que dan de las mujeres que siguieron a Jesús! Fueron fieles, con actitud sacrificial y servidoras. ¿Fueron perfectas? Por supuesto que no. ¿Siguieron a Jesús perfectamente! No, nadie lo hace.
Pero estuvieron cerca de Jesús lo suficiente para captar su mirada. ¡Su gracia las cautivó! Simplemente para ser parte de lo que Jesús estaba haciendo, muchas mujeres se contentaron con un papel anónimo en su equipo ministerial. Sirviendo en donde sea que fuera necesario, dándole de sus propios medios para su sostenimiento económico, sentadas a sus pies, adorándole, dándole de comer a Él y a sus hombres, y al final cuidando de su cuerpo lacerado y crucificado. Fueron mujeres valientes, mujeres comprometidas, que unieron sus brazos con Él para la proclamación de algo mucho más grande; lo más maravilloso que el mundo jamás ha conocido.
Jesús dijo de una de esas mujeres fieles: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mateo 26:13).