No se necesita tener un doctorado para adivinar el país donde se hallan las siguientes ciudades, aunque los nombres pueda ser difíciles de pronunciar:
- Offenbach
- Darmstadt
- Mannheim
- Heidelberg
- Worms
- Ludwigshafen
- Wurzburg
- Bad Kissingen
- Aschaffenburg
- Schweinfurt
- Bischofsheim
- Coburg
La tierra de jarros de cerveza, col agria, paté de hígado, y barbas negras; maceteros en ventanas rebosando de flores, relojes de cuclillo, ríos anchos y sinuosos; bosques profundamente verdes; casas de piedra gris con tejas de losetas; impresionantes castillos en las colinas; imponentes monumentos de bronce; trenes silenciosos y eficientes. Huertos de vegetales en los pueblos pequeños, que cuidan ancianas con pañoletas envueltas sobre la cabeza, y medias negras y gruesas cubriendo sus piernas; y ciertamente la música más preciosa jamás compuesta. La tierra que amaron Bach, Mendelssohn, Haydn, Handel, Beethoven, Wagner, y otra media docena de genios cuyas obras maestras han vivido siglos más que ellos. La encantadora y querida nación que un desquiciado enamoró y luego violó, y que bombas aliadas dejaron casi en ruinas en la década de los cuarenta, todavía se levanta como un mudo recordatorio de que Dios no quería que sea una tierra asolada en el olvido. Algo había allí que Él quería que se preservara.
Un pedazo de tierra apenas del tamaño de Perú, Alemania no es una reliquia empolvada del pasado. Ni en sueños. Moderna, eficiente, computarizada, y líder incuestionable del Mercado Común Europeo, sus ciudades vibran con gente en movimiento, con aquella determinación antigua como los siglos, y que nunca muere. Un vistazo a sus rascacielos hace que uno recuerde Santiago, Chile; Caracas, Venezuela; o Bogotá, Colombia. Atrasada, no lo es. En bancarrota, ni en sueños. Gracias a la caída del muro, es una nación unificada de nuevo y orgullosa de serlo.
No muy a menudo se recuerda en esta tierra altiva y de existencia de alta tecnología, que fue allí que halló su origen una sección principal de lo que fue la raíz del protestantismo. Fue allí en donde se libraron algunas de las batallas más severas, y sin embargo más esenciales por la fe bíblica. Fue allí que la cadena que ataba a la Biblia a ornamentados púlpitos de religión espiritualmente muerta se rompió. Fue allí que sus verdades fueron libertadas del lenguaje secreto de un clero corrupto y puesta en las manos de las personas del pueblo. Fue allí que a esas mismas personas se les dio el primer himnario con el cual podían entonar melodías de su fe. Piénselo . . . en lugar de ignorancia bíblica y esclavitud a un sistema que jamás podía darles luz, a los creyentes de Alemania se les dio una Biblia en su lengua, con sus grandiosos temas puestos en música. En lugar de recitar rezos repetitivos, agazapándose por el temor, podían acercarse al trono de Dios con confianza y personalmente alabarle como su escudo y gran defensor. Entre los mejores: “Castillo fuerte es nuestro Dios.” Su valentía creció conforme las dudas se desvanecían, todo debido a un monje alemán del siglo dieciséis estuvo dispuesto a levantarse contra todas las probabilidades. Sí, nunca lo dude . . . contra todas las probabilidades
Fue en su diminuta celda en penumbra en el convento agustiniano de Erfurt, a solas con una copia en latín de la Palabra de Dios, que Martín Lutero decidió creer en Dios, permitir que la Escritura signifique lo que dice, y luego pararse firme sobre ella, fueran las que fueran las consecuencias. Es esa última parte que tendemos a minimizar. El que se lo tildara oficialmente como hereje no lo contuvo. La excomunión, reprensión y denigración públicas, simplemente atizaron su fuego. Con ilimitada energía y ferocidad sin restricción, arremetió contra la iglesia como buldog humano y se negó a soltar la presa. Desde aquellas noventa y cinco tesis que clavó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg hasta el día en que se paró en Worms ante el más impresionante conjunto de prelados de la iglesia y autoridades políticas jamás reunido en toda su vida, el hombre permaneció como la incorporación de valentía auténtica. Tenía apenas 37 años a la fecha. No siempre con diplomacia pero siempre sincero, arremetió contra los delitos religiosos como meteoro ardiente envuelto en una sotana. Aunque no con mucha salud física, Lutero con todo mantuvo un agotador horario de predicación, publicación y arremetida por el resto de sus días. Resumió su razón en una sola frase sucinta: “Aquí estoy; no puedo hacer otra cosa.” Su vida, con más vueltas y giros que el Río Rin, mantuvo un curso firme. La chispa que él encendió hizo que la Reforma estallara en llamarada.
Yo caminé donde él se paró firme. No es el ruido de la mofa, sino monumentos, placas y pinturas que marcan su peregrinaje. En lugar de humillarlo como hereje, ahora se le honra como héroe. El tiempo tiene su manera de corregir las perspectivas defectuosas. Durante mi visita por esos lugares, me senté y pensé en el salón del castillo en Coburg, en donde él una vez se sentó y escribió. Vi las mismas estructuras, muros y colinas que una vez él vio en Heidelberg. Reviví algunos de los sentimientos que él tuvo una vez en Worms. Me conmovió hasta el alma, y soy un mejor hombre debido a la experiencia. Necesitaba esa visita a su tierra nativa de Sajonia. Tenía que oír esos sonidos guturales que una vez él habló y tocar las piedras que él tocó en su momento. Me hallé viendo más allá de las cosas temporales tales como jarros y col agria, rascacielos y huertos. Oí la voz de Lutero en la artesanía de madera, y sentí su fuego en el bronce y hierro. Fue más poderoso de lo que mis frases posiblemente pueden describir, haciéndome apreciar de nuevo las palabras elocuentes del texto sagrado “y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4).
Y así es con todos los modelos de justicia ya desaparecidos. Como sombras silenciosas, estos héroes pasan a nuestro lado y nos señalan el camino hacia arriba, susurrándonos palabras de estímulo. Nos paramos sobre sus hombros, adquiriendo un punto de ventaja estratégico. La memoria de su ejemplo pone el acero necesario en nuestro espíritu, impulsándonos a seguir hacia adelante, siempre hacia adelante. El legado de su poderosa presencia y penetrantes páginas añaden profundidad a nuestra existencia, de otra manera superficial. Debido a que sus convicciones siguen viviendo en las palabras que son un reto al pensamiento superficial, no podemos —no nos atrevemos—a seguir siendo los mismos.