Juan 1:29, 36
No hubo hombre más agudo que Juan el Bautista, ni Jonás con su piel manchada de ácido, ni Oseas con su esposa que siempre le era infiel, ni tampoco Jeremías con su llanto incesante. Juan fue el último «así ha dicho Jehová», tal y como hicieron los profetas. Él vivió una vida dura en el desierto de Judea llevando ropa de pelo de camello y comiendo bichos y miel (Mateo 3:1, 4). Y tenía un mensaje difícil que predicar: «Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca» (3:2).
Pero cuando Juan vio a Jesús, todo cambió, se cumplió todo lo que había esperado. El objeto de su mensaje había llegado.
La pregunta del Antiguo Testamento era: «¿Dónde está el cordero?» (Génesis 22:7). La respuesta del Nuevo Testamento es: «¡Miren! ¡El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1:29).
La noche antes de la liberación de la esclavitud de Egipto, Dios ordenó a los hijos de Israel que sacrificaran un cordero sin mancha de un año y que pusieran su sangra en los dinteles y postes de las puertas de sus casas. «El heridor» (la muerte) descendió sobre Egipto y mató a los primogénitos varones y animales, excepto por aquellas casas que se habían marcado con la sangre de un cordero (12:23).
Desde ese día y hasta la destrucción del templo en Jerusalén el año 70 d. C., los judíos sacrificaban un cordero de pascua para celebrar la salvación de la esclavitud de Egipto. Entonces, cuando Juan señaló a Jesús y dijo: «¡Miren! ¡El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1:36), declaró la apariencia de los medios de Dios para salvación del pecado y de la muerte.
Juan proclamó que el sacrificio de Jesús quitaría todos los pecados del mundo, no solo los actos de pecado de un individuo, sino todo pecado y no hay pecado que supere la expiación del Cordero de Dios.
Se ofrecían corderos en sacrificio cada año en la pascua porque no había cordero que se pudiera ofrecer una vez para pagar los pecados de toda la humanidad por siempre (Hebreos 10:1–4). Aun así, el Cordero de Dios fue más que suficiente para que se ofreciera una vez por todas y así quitar el pecado del mundo de la historia de la humanidad (7:27; 10:10). ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede el sacrificio de Jesús de una vez quitar el pecado del mundo por siempre. . . cuando los corderos que se habían sacrificado en la pascua cada año por más de mil años no podían quitar el pecado de los judíos de manera permanente?
Incluso si la inocencia, mansedumbre y sacrificio de Jesús mereciera el nombre de «Cordero», como simple hombre, Su sangre no sería suficiente para quitar el pecado de la humanidad más que un cordero inocente y sin mancha quita el pecado de los judíos. Pero Jesús no era (o es) un simple hombre, Él es Dios y hombre, el Hijo de Dios, el Verbo eterno. El apóstol Juan dejó claro que al principio de los tiempos «el Verbo» existía «con Dios» y «era Dios» (Juan 1:1), y su Verbo divino fue hecho carne y «habitó entre nosotros» (1:14). Juan Bautista testificó de este Dios-hombre (1:15) diciendo: «¡Miren! ¡El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (1:29).
Jesús no es solo el Cordero enviado por Dios, sino que Él es el Cordero que es Dios. Cuando entregó Su sangre, no era solo las propiedades físicas del plasma, glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas que mancharon la cruz, Su cara y Su cuerpo. Era la sangre natural y humana junto con Su gracia sobrenatural, y juntas en Cristo dan el poder de quitar el pecado.
Era sangre humana que corría por las venas del Cordero divino cuyo sacrificio de muerte en la cruz nos compró del mercado de esclavos del pecado (Hechos 20:28). Y como Él pagó tal precio para dar un gran regalo, nos unimos al coro celestial y cantamos:
«Digno es el Cordero que fue sacrificado, de recibir el poder
y las riquezas y la sabiduría y la fuerza y el honor y la gloria
y la bendición». (Apocalipsis 5:12)
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.