Juan 4:25
Mesías es la transliteración de la palabra hebrea mashiah, que significa «el ungido» en hebreo. Christos o «Cristo» es la palabra griega que a menudo se usa en lugar de Mesías.
En los tiempos del Antiguo Testamento, se ungía con aceite a las personas o cosas elegidas por Dios. Por ejemplo, el tabernáculo se ungió antes de usarse (Éxodo 40:9–11), y los sacerdotes también fueron ungidos (Levítico 8:30). Lo mismo ocurría con los reyes de Israel que se apartaban como «los ungidos del Señor». La Biblia comparte esta idea en varios lugares. David salvó la vida de Saúl porque Saúl era «el ungido del Señor» (1 Samuel 24:6). David se refería a sí mismo como «el ungido del Dios de Jacob» en 2 Samuel 23:1. Y en una ocasión única, el profeta Isaías se refirió a un rey extranjero, Ciro de Persia, como el «ungido» del Señor en Isaías 45:1, demostrando la autoridad universal de Dios sobre los gobernantes (Daniel 2:21).
Después de la muerte del rey Salomón, el reino de Israel se dividió (1 Reyes 12:16–17), lo asirios se llevaron al pueblo de Israel al exilio (2 Reyes 24:14; 25:11; 1 Crónicas 5:26), y cesaron las profecías. Los israelitas se quedaron con las palabras de Malaquías en sus oídos:
«¡Miren! Yo envío a mi mensajero y él preparará el camino
delante de mí. Entonces el Señor al que ustedes buscan
vendrá de repente a su templo. El mensajero del pacto a
quien buscan con tanto entusiasmo, sin duda vendrá», dice
el Señor de los Ejércitos Celestiales». (Malaquías 3:1)
En el tiempo entre la última profecía y el nacimiento de Jesús, se estrechó la definición de Mesías. El Mesías no podía ser cualquier ungido. Él sería el ungido, un solo descendiente de David que llevaría al pueblo de vuelta a la tierra de Israel donde reinaría con justicia y reconciliaría al pueblo de Dios. Según Malaquías 3, el Mesías sería precedido por «el mensajero» a quien Malaquías luego identificó como Elías (Malaquías 4:5). (Vea también el discurso de los levitas con Juan el Bautista en Juan 1:19–27).
En el tiempo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, los expertos religiosos cristalizaron el perfil del Mesías combinando aspectos mencionados en las Escrituras. El Mesías sería el Siervo Sufriente (Isaías 53), el Anciano de Días le daría dominio, sobre todo (Daniel 7:13–14). Él sería de la tribu de Judá (Génesis 49:10). Él traería prosperidad (Amós 9:13) y paz (Isaías 32:1–8). El Mesías publicaría libertad a los cautivos y proclamaría el año de la buena voluntad de Jehová (61:1–2).
Después de que Jesús llegó, no declaró públicamente: «¡Soy el Mesías!» Sus obras testificaban de Su título y Jesús no vino para ganar poder político o favor de las élites religiosas, sino para ser el Salvador de los pecadores (Marcos 2:17). De hecho, lo más cerca que estuvo Jesús de tal declaración no fue ante los expertos religiosos de Su época, sino con una mujer samaritana en un pozo, quien respondió creyendo en Él y compartiendo su fe (Juan 4:26, 42).
Jesús era y es la confluencia de todas las profecías mesiánicas. Aun así, cuando estuvo delante de los expertos religiosos que lo acusaban de blasfemia la noche antes de Su crucifixión, no lo reconocieron. Más que nadie deberían haber sabido, pero enviaron a la muerte al Ungido que tanto habían esperado.
Seguramente Jesús no se va a materializar en su sofá para declarar que Él es el Mesías. No tiene que hacerlo, la Biblia ya testifica de esta verdad. Podemos ser como los expertos religiosos que conocen todos los pasajes y ven las señales, pero se niegan a adorarle, o podemos ser como la mujer samaritana que creyó y, con humildad y emoción, compartió el evangelio con otros.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.