Juan 10:11, 14
No hay una ilustración más emblemática de la relación entre Dios y Su pueblo que la del pastor y las ovejas. . . lo cual tiene cierta ironía porque en la historia de Israel los pastores pertenecían a uno de los peldaños más bajos de la sociedad judía. Su ocupación requería que vivieran y trabajaran afuera con las ovejas, así que siempre estaban sucios y, por lo tanto, ceremonialmente sucios también. Aun así, Moisés, el gran profeta, y David, el mayor rey de Israel, eran pastores cuando Dios los llamó a cuidar a Su pueblo (Éxodo 3:1, 10; 1 Samuel 16:11–12; 1 Crónicas 11:1–2). Incluso el Mesías prometido, como predijo el profeta Miqueas sería conocido como el Pastor de Israel (Miqueas 5:2, 4). Pero el Pastor de Israel no sería pastor de cabras y corderos como sus antepasados Moisés y David, sino que sería el Pastor de Su pueblo.
Los escribas citaron la profecía de Miqueas cuando Herodes preguntó acerca del lugar en el que había de nacer el Mesías (Mateo 2:6). Con tiempo, el Mesías se identificó a Sí mismo como el Pastor de Israel ofreciendo sacar a la nación de la tierra estéril de su pecado y religiosidad. . . y llevarlos a los pastos de la salvación que encontramos solo en una relación activa con Dios. Pero muchos en Israel, como ovejas obstinadas, rechazaron a Su Pastor, Jesús. Así que reunió a otras ovejas que no nacieron en Israel, pero también anhelaban tener a alguien que pastoree sus almas (1 Pedro 2:25).
Y sea judío o gentil, el Nuevo Testamento presenta al Pastor de nuestras almas en tres luces diferentes, cada una señalando una verdad teológica importante.
Jesús es el Buen Pastor que redime. Cuando Jesús usó la metáfora del Buen Pastor para describirse a Sí mismo (Juan 10:11), las ovejas que tenía en mente no eran solo los hijos de Israel o los que lo recibieron como Mesías durante Su vida en la tierra, sino un mundo de pecadores arruinados por la caída y perdido en el desierto de su propio pecado.
Esto nos incluye a nosotros. Pero como Buen Pastor, Jesús se llevó nuestra iniquidad dando Su vida en la cruz (Isaías 53:6). Gracias a Su redención y al habernos marcado con Su sangre que derramó en la cruz, el Buen Pastor nos conoce y nosotros lo conocemos a Él ( Juan 10:14); oímos y reconocemos Su voz porque somos el rebaño de Su redil y estamos a salvo con Él por la eternidad (10:27–28).
Jesús es el Gran Pastor que resucitó. Nuestro Pastor es bueno porque dio Su vida por Sus ovejas. Sin embargo, si Jesús se hubiera quedado en la tumba, seguiríamos siendo ovejas descarriadas (Mateo 9:36; Marcos 6:34). ¡Pero Jesús resucitó de la tumba! Y gracias a eso, el
Buen Pastor se convirtió en el Gran Pastor (Hebreos 13:20), haciendo que descansemos en delicados pastos y junto a aguas de reposo (Salmos 23:1–4). Nuestro Gran Pastor, que conquistó la muerte, está alerta y nos protege con Su vara y Su callado. Por lo tanto, no tenemos nada que temer, ni enemigos ni el mal ni la muerte, pues somos las ovejas ungidas de Su rebaño (23:4–6).
Jesús es el Pastor Jefe que recompensa. Porque el Buen Pastor redimió a Sus ovejas y porque el Gran Pastor, con el poder de Su resurrección, les da esperanza, el Pastor Jefe anima a los que tienen la responsabilidad de «cuidar de su rebaño», «no de mala gana», sino «porque están deseosos» (1 Pedro 5:2). Si estas ovejas, pastores, maestros y ancianos, sirven bien al rebaño, el Pastor Jefe, cuando Él regrese por los Suyos en el rapto, los recompensará con gloria eterna (5:4).
Las ovejas son tímidas por naturaleza, pero no tenemos nada que temer. Estamos seguros en el rebaño del Buen Pastor. Estamos protegidos en el rebaño del Gran Pastor. Y si servimos al pueblo de Dios, seremos recompensados por la mano del Pastor Jefe.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.