Juan 14:6

Vivimos en una era de tolerancia en la que todo se espera y se acepta. . . excepto las personas con creencias no inclusivas. Quizás por eso hay tantas personas que rechazan a Cristo. Jesús proclama por las calles: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Sin condicionales ni peros, sin dar vueltas al asunto y sin titubear. A los «tolerantes», esto les resulta intolerable. Aun así, nuestro mundo está lleno de personas que han probado otras maneras de vivir y han quedado vacíos. No necesitan más opciones, necesitan a Jesús.

Jesús dijo a Sus discípulos al menos tres veces que debía morir y resucitar de los muertos (Marcos 8:31–32; 9:30–32; 10:32–34). Después de Su muerte y resurrección, Jesús les dijo que el Padre glorificaría al Hijo y lo llevaría al cielo (Juan 13:31–33). Pedro, al igual que los demás discípulos, no entendió y quiso saber «a dónde» iba Jesús (Juan 13:36). A la «casa del Padre», respondió Jesús (14:1–3). Pero esto no satisfizo a Tomás. Sin saber dónde estaba la casa del Padre, argumentó Tomás, ¿cómo iban a saber el camino (14:5)?

Tomás quería una respuesta directa. Pero lo que recibió fue una respuesta enigmática. El Señor consoló a Sus discípulos justo antes de enfrentarse a Su muerte inminente. Pero Su muerte no significó que no lo volverían a ver jamás. Ellos irían a donde Él iba porque ya conocían el camino. . . porque ya lo conocían a Él: el camino, la verdad y la vida.

El camino

Sin un mediador, una humanidad pecadora se verá siempre separada de un Dios santo. Pero siendo el camino, Jesús revela el camino a Dios, lo cual implica que hay un camino que no lleva a Dios, el camino que lleva a uno mismo. El camino de Jesús lleva a la vida, pero el camino de uno mismo lleva a la muerte (Romanos 6:23). Sin embargo, lo irónico es que el camino a la vida eterna con Cristo requiere que muramos a nosotros mismos. Y esto solo lo podemos conseguir siguiendo el camino de la cruz, aceptando el sacrificio de la muerte de Jesús y tomando nuestra propia cruz (Mateo 16:24–25).

La verdad

La verdad es lo que corresponde con la realidad, y no hay nada más real que Dios y Su Palabra. Como Dios, Jesús es la verdad porque es la encarnación de la revelación divina, es el Verbo encarnado, el único maestro capaz de revelar por completo a Dios (Juan 1:1). La ironía de nuevo es que cuando Pilato estuvo cara a cara con la verdad y preguntó a Jesús: «¿Qué es la verdad?» el oficial estaba tan lleno de engaño que no pudo reconocer a la verdad que tenía enfrente (Juan 18:38).

La vida

La vida no trata de lo que tenemos aquí y ahora, la vida trata de la eternidad. La vida no es algo, es alguien. Como fuente, sustentador y secreto de la vida (Juan 11:25), solo en Jesús podemos encontrar vida abundante en la tierra y vida eterna en el cielo (1 Juan 5:11–12). Sin embargo, una vez más, la ironía es que la vida que ofrece Jesús solo está disponible gracias a la muerte que sufrió. Pero Su muerte no fue el fin de la historia. La ironía mayor es que, después de tres días, la vida conquistó a la muerte cuando salió de la tumba.

Jesús es la única fuente de vida en un mundo de muerte, la única plomada de verdad en un mundo de mentiras y el único camino correcto a Dios en un mundo de mal. Todos los demás caminos llevan a la destrucción. El camino, la verdad y la vida, Jesús, es nuestra única esperanza en quien podemos confiar. Comprometámonos a seguirle y a llevar a otros a Él, ya sea que el mundo lo tolere o no.

Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.