Juan 11:25
La muerte es un enemigo. Nunca es un aliado de Dios o de Su creación. Aun así, Dios, en el comienzo de la historia de la humanidad, declaró la muerte a la humanidad como castigo por su pecado, pero lo hizo con un corazón herido (Génesis 2:17; 3:19).
Las Escrituras siempre hablan de la muerte de dos maneras: física y espiritualmente. La muerte física es la separación del cuerpo y el alma. La muerte espiritual es la separación eterna del alma y de Dios. Y sin Cristo, ambas definiciones de muerte dejan un vacío desesperanzador en esta vida y en la venidera. Por eso, hay esperanza en lo que dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25).
Cuando Jesús escuchó que su amigo Lázaro estaba enfermo, hizo lo impensable (en términos humanos), se retrasó dos días a propósito antes de ir a casa de Lázaro (Juan 11:6). Jesús dijo a Sus discípulos que la enfermedad de Lázaro no «acabará en muerte» (11:4, énfasis añadido), y Él demostraría esa misma afirmación. Cuando Jesús y Sus discípulos llegaron a Betania, donde vivían Lázaro y sus hermanas Marta y María, Lázaro ya había muerto, y había estado en su tumba cuatro días (11:17). Marta, llorando, reafirmó su fe en Jesús, pero deseaba que Jesús hubiera llegado antes para sanar a su hermano (11:21–22). Jesús aseguró a Marta que Lázaro resucitaría (11:23). Y ella confiando en lo que los profetas habían enseñado (Isaías 26:19; Daniel 12:2), dijo que creía en la doctrina de la resurrección del cuerpo al final de los tiempos, cuando los cuerpos de los muertos se reunirán con sus almas (Juan 11:24).
Pero lo que Marta declaró como fe, Jesús lo declaró como una realidad. Jesús no le dijo que Él resucita a personas de los muertos, como si fuera un truco de magia, aunque sí que podía resucitar a los muertos y lo hizo en varias ocasiones (Lucas 7:12–15; 8:49–55; Juan 11:43.44). Jesús dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25, énfasis añadido). Su propósito al resucitar a Lázaro era mostrar que la esperanza de vida en un mundo de muerte está arraigada en la persona de Jesús, no en una proposición teológica sobre Jesús.
En Su propia humanidad y deidad, Jesús exhibe la vida eterna disponible para los mortales que están unidos a Él. Los que no creen en Jesús existen en cuerpos que se mueven, pero están muertos, pasando de un mundo de muerte a un destino de muerte eterna en el infierno, separado de Dios por siempre. ¡Qué desesperanzador!
Pero para aquellos que creen en Jesús, aunque mueran en sus cuerpos, vivirán en sus espíritus para un día vivir en sus cuerpos nuevamente con Cristo (Juan 11:25). Eso es lo que Jesús le pidió a Marta que creyera, que Él es más poderoso que la muerte física y espiritual («la resurrección»), y que Él es el sustentador de la vida eterna («la vida»).
La enfermedad de Lázaro llevaba consigo la muerte física, pero no acabó en muerte, aunque tuvo que morir físicamente de nuevo. Pero no importa lo que ocurriera a su cuerpo, pues Lázaro, desde el momento en que creyó, vive por la eternidad en la presencia de Dios. Y llegará el día en que Lázaro y todos los creyentes que han muerto físicamente se reunirán por siempre con sus cuerpos y almas incorruptibles, con Jesús en el cielo nuevo y la tierra nueva (1 Tesalonicenses 4:14–16). Esta es la esperanza que Jesús dio a Marta y María y la esperanza que predicamos hoy (4:13, 18), porque es la única esperanza que puede superar a la muerte, es la esperanza de la resurrección y la vida.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.