1 Timoteo 2:5
Algunas de las personas más importantes en el funcionamiento de la sociedad son también las que más pasamos por alto. Sin embargo, sin ellas, los juegos se convertirían en baños de sangre, las disputas legales en ciclos eternos de demandas y los matrimonios con problemas acabarían siempre en divorcio. Para evitar que pase esto, necesitamos árbitros, jueces y consejeros, mediadores.
Aunque esto sea tan antiguo como la humanidad, el primer mediador no fue humano, Él fue divino. Cuando Adán y Eva desobedecieron la orden de Dios de no comer del fruto del árbol del bien y el mal (Génesis 2:17, 3:6), Dios medió entre Su justicia y Su gracia, sacrificando un animal para hacer ropa para los dos y cubrir su culpa y vergüenza (3:21).
Pero no fue hasta Job, quien, en medio de su sufrimiento y acusado por sus amigos de haber pecado, que la idea de un mediador divino tiene un enfoque más claro. Job se quejó de que Dios no era un hombre que él pudiera llevar a juicio (Job 9:32), y lamentó que no hubiera un «árbitro» entre Dios y Su siervo sufriente. Alguien que entendiera la justicia de Dios y la fragilidad de la humanidad y «que pudiera acercarnos el uno al otro» (9:33).
Con el tiempo, Dios proveyó alguien que cumpliría el deseo de Job, alguien que llevaría el manto de divinidad y carne a la vez: Jesucristo (Hebreos 4:14 –15).
El gran deseo de Dios es que todos tengan fe salvadora (2 Pedro 3:9), aunque sabe que no todos serán salvos. Sin Cristo, ninguno de nosotros puede conocer el gozo de la salvación. Sin Cristo, todos nosotros, somos enemigos de Dios a nivel espiritual, separados de Él y opuestos a Él por nuestro pecado (Romanos 5:10). Eso es lo que hace que la doctrina de la mediación sea tan increíble. ¡Jesús es la fuente de reconciliación y amistad con Dios!
En 1 Timoteo 2:5, Pablo describió a Dios en términos del Antiguo Testamento: «uno es». Esta verdad se encuentra en el primer mandamiento del decálogo (Éxodo 20:2–5) y el gran Shemá de Israel: «Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es» (Deuteronomio 6:4, LBLA). La unión de Dios o como dice la Nueva Traducción Viviente: «El Señor es nuestro Dios, solamente el Señor», resalta el aspecto exclusivo de la salvación. No hay otro Dios. La salvación se encuentra solo en Dios.
Sin embargo, el único Dios (eis Theos) está yuxtapuesto al «único mediador» (eis mesites), el que se encuentra entre un Dios santo y una humanidad pecadora. El acceso a la salvación es universal, todos pueden llegar a la fe que salva, pero la aplicación de la salvación es particular. Solo a través del mediador, la persona divina de Jesucristo, se puede vivir en paz con un Dios sin pecado (1 Timoteo 2:5).
Cristo es el único mediador entre Dios y la humanidad porque Él es el único que representa perfectamente a la deidad y la humanidad, pues en Él, Dios se hizo hombre. Y solo a través de Él, por Su obra en la cruz como humano, podemos ser reconciliados con el Dios que hemos ofendido (2:6).
La base de nuestra fe es que Jesús, el mediador entre el Dios santo y la humanidad impía, dio Su vida en la cruz como sacrificio voluntario para expiar nuestros pecados y ofrecernos paz con Dios. Satisfecho con el sacrificio de Jesús, Dios lo resucitó de los muertos y prometió que todos los que crean heredarán los tesoros del nuevo pacto. Conocer a Jesús con el nombre Mediador es conocer a Dios como Padre y tener vida eterna y redención por siempre (Hebreos 8:6; 9:15; 12:24).
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.