Hebreos 2:17

¿Qué sabe la mayoría de las personas acerca de los sacerdotes o el sacerdocio? Seguramente, no mucho, especialmente si son cristianos protestantes. Y si saben algo a nivel intelectual sobre los sacerdotes, por ejemplo, en el caso de los sacerdotes católicos, que son hombres dedicados a un servicio de celibato a Dios de por vida, la mayoría no sabe nada a nivel empírico sobre los sacerdotes. Ni siquiera la mayoría de los judíos tienen experiencia de primera mano con los sacerdotes a pesar de que su historia y tradición religiosa ha sido rica en el sacerdocio desde la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C.

Aun así, cuando vamos al libro de Hebreos, la ilustración más singular que encontramos es la imagen de Jesús como nuestro Sumo Sacerdote. El escritor de Hebreos pintó un retrato de Cristo como superior a los sacerdotes levitas del Antiguo Testamento porque Su evangelio, el sacrificio completo y final de Su cuerpo y sangre, es superior al sistema de sacrificios antiguo. A diferencia de los antiguos sacerdotes, Jesús no pasó por un tabernáculo hecho con manos humanas ni ofreció el sacrificio de animales a Dios, en lugar de eso, pasó por el tabernáculo del cielo y se ofreció a Sí mismo como sacrificio (Hebreos 9:11).

Por eso Jesús, como Sumo Sacerdote, se hizo hombre, para mostrarnos gracia y demostrar Su fidelidad a Dios Padre «para expiar los pecados del pueblo» (2:17). Por eso, debemos reflexionar sobre la verdad de que Jesús es tanto el mensajero de Dios para la humanidad como nuestro Sumo Sacerdote, que sirve como representante de los creyentes ante Dios (3:1). De esta manera, Jesús, igual que Moisés, fue fiel a Su llamado. Pero a diferencia de Moisés, Jesús fue superior en Su fidelidad a Dios (3:2–3).

Inspirados por la fidelidad de Jesús, nosotros también debemos permanecer fieles a nuestra confesión de fe, sacando valor sabiendo que nuestro Sumo Sacerdote sufrió la tentación que nosotros sufrimos, pero sin caer en ella (4:14 –15). Debido a Su experiencia de primera mano luchando con la tentación y ganando, Jesús entiende nuestra lucha y puede extendernos misericordia.

Y con Su misericordia y fidelidad, Jesús pasó por el velo que separaba a Dios y la humanidad y se convirtió en sacerdote de la orden de Melquisedec para aquellos que creen en Él (5:10; 6:20), lo cual significa literalmente «rey justo». Melquisedec era seguramente un título más que un nombre y el hombre que llevaba ese título servía como prototipo de Cristo en el sentido de que era tanto rey como sacerdote (7:1) y cuyo reino y rol se caracterizaba por la justicia y la paz (Salmos 85:10; Isaías 32:17; Hebreos 7:2).

Jesús no solo es superior a cualquier otro sacerdote, Él es superior a cualquier otra persona (7:26). Solo Él es santo (sin culpa de pecado), inocente (sin artimañas o malicia), inmaculado (completamente puro) y separado de los pecadores (por encima de la creación). Jesús se encuentra en una categoría diferente a las personas pecadoras pues solo Él nació santo, permaneció santo durante Su tiempo en la tierra y sigue siendo santo con autoridad y poder, sentado a la diestra de Dios en el cielo donde sirve a los santos por siempre (Hebreos 8:1–2).

Técnicamente, debido a que viene de la tribu de Judá, y no de Leví, no se permite que Jesús sirva como Sumo Sacerdote, según la ley levítica. Y, aun así, lo es. Por esta razón, la ley cambió (7:12) y ahora los que adoramos en el ministerio de Jesús no estamos bajo la ley levítica, estamos bajo una nueva ley que es mejor: la ley del amor (Juan 13:34–35). Dios nos pide que ofrezcamos el sacrificio de amor a los demás, de la misma manera que nuestro Sumo Sacerdote ofreció amor a todos cuando se sacrificó a Sí mismo (1 Juan 3:11).

Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.