1 Juan 4:14
La fe cristiana solo tiene sentido dentro del contexto de la salvación. Como humanos débiles y dependientes, siempre hemos necesitado la liberación divina del pecado nuestro, de los demás y pecado del mundo natural. Por toda la Biblia vemos referencias del Señor como Rescatador o como Salvador.
Salvador viene de la palabra salvar — yasha en hebreo y sozo en griego. En los contextos del Antiguo Testamento, la palabra a menudo se usaba en referencia a la liberación física, del peligro o de las pruebas. El rey David, «el día que el Señor lo rescató» (2 Samuel 22:1) de las maquinaciones del rey Saúl, comenzó su cántico de acción de gracias así:
El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador;
mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección.
Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro.
Él es mi refugio, mi salvador, el que me libra de la
violencia.
(2 Samuel 22:2 – 3; también en Salmos 18)
En Isaías 43:11, Jehová declaró: «Yo, sí, yo soy el Señor, y no hay otro Salvador». Debemos recordar esto al llegar al Nuevo Testamento para conocer a María, la madre de Jesús. Recién embarazada y llevando al Mesías esperado en su vientre, María visitó a su prima Elisabet y demostró su conocimiento de teología. Al saludarse, María cantó: «Oh, cuánto alaba mi alma al Señor. ¡Cuánto mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador!» (Lucas 1:46–47).
Solo unos párrafos después en el mismo evangelio, un ángel anunció el nacimiento de Jesús a los pastores. Los que llevan siendo creyentes un tiempo reconocerán esta frase: «¡El Salvador—sí, el Mesías, el Señor—ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David!» (2:11).
«El Salvador. . . ha nacido» . . . esta fue la razón por la que vino Jesús. Su propósito era dar gloria a Dios Padre al salvar a Su pueblo. Pero a diferencia del Antiguo Testamento, los escritores del Nuevo Testamento enfatizaron el Salvador en referencia a nuestra necesidad de salvación espiritual del poder y las consecuencias del pecado. Al vivir, morir y resucitar, Jesús ofrece perdón a todos los que acepten Su sacrificio. Solo a través de este perdón podemos ser salvos de una muerte segura, la separación eterna de Dios en la vida eterna.
Refiriéndose a Jesús, el apóstol Pedro desafió a los líderes religiosos judíos con estas palabras: «Luego Dios lo puso en el lugar de honor, a su derecha, como Príncipe y Salvador. Lo hizo para que el pueblo de Israel se arrepintiera de sus pecados y fuera perdonado» (Hechos 5:31). Y Pablo a menudo se refería a Jesús como Salvador usando el título para explicar las repercusiones espirituales de nuestra salvación: «Cristo Jesús, nuestro Salvador destruyó el poder de la muerte e iluminó el camino a la vida y a la inmortalidad por medio de la Buena Noticia» (2 Timoteo 1:10).
Esta salvación, vemos que está basada únicamente en lo que hizo Jesús por nosotros. Es un regalo de nuestro Salvador: «Cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia» (Tito 3:4–5).
En la cruz, nuestro Salvador pagó el precio por nuestro pecado. Se ofreció a Sí mismo en nuestro lugar satisfaciendo la ira hacia el pecado y los pecadores. Los que intenten salvarse a sí mismos no podrán hacerlo. Seamos como el apóstol Juan que dijo: «hemos visto con nuestros propios ojos y ahora damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para que fuera el Salvador del mundo» (1 Juan 4:14).
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.