1 Samuel 16:7; Marcos 11:12-14,19-22; Lucas 16:15

Jerusalén, aparentemente es el lugar más religioso de la tierra. Grupos religiosos de todas variedades se encuentran en las aceras de toda la ciudad. Tienen tradiciones y reglas peculiares que dictan sus hábitos, sus alimentos, su vestuario y sus valores. Con respecto a esto, la ciudad no ha cambiado mucho en dos mil años.

Pero Jesús no se dejaba llevar por las apariencias. En este lunes de su última semana, Jesús y Sus discípulos pasaron cerca de un árbol de higos mientras viajaban a la ciudad. Jesús tenía hambre y buscó higos para comer, una merienda común en esa época. Sin embargo, a pesar del gran follaje del árbol, no había higos; una seña que ese árbol no iba a dar fruto esa temporada. Por lo tanto, Jesús maldijo el árbol ya que no tenía ninguna sustancia.

No era difícil reconocer Su mayor angustia. Jerusalén tenía una apariencia impresionante de espiritualidad, pero Jesús conocía los corazones de los fieles y estaba dolido por su hipocresía. Era un pueblo religioso pero su corazón vivía lejos de Dios.

A pesar de todas las oraciones en voz alta y sus muchas obras, Israel era estéril. Aquellas apariencias externas impresionantes de trajes sagrados y de estilos de vida legalistas encubrían el hecho de que el corazón de Israel se encontraba lejos de Dios. A pesar de la misericordia de Dios, Israel simplemente no tenía ningún fruto. Jesús notó el paralelismo con la higuera, y en Su maldición, advirtió un juicio inminente de Dios sobre Israel. Los discípulos entendieron el mensaje y probablemente lo recordaron al sentir el viento caliente en sus cuellos cuando pasaron por la higuera el día siguiente y la encontraron seca y muerta.

La religión vacía falla impresionar a Dios. . . siempre.