Mateo 23:13-36

La separación entre Jesús y los fariseos siempre ha sido más amplia que el gran cañón. Él vino a declarar la verdad, pero ellos deseaban controlarlo todo. Ese tipo de personas mantienen una característica muy peculiar. Cuando no pueden controlar algo, intentan destruirlo.

Los fariseos anticipaban la llegada de un Mesías conquistador. Su tradición les decía que Él llegaría a Su templo de manera repentina. Y así fue. El Mesías había llegado, pero no como ellos lo esperaban.

Jesús expresó allí la represión más fuerte registrada en la Escritura. Ocho veces Él usó la palabra «Ay», una exclamación utilizada para expresar un dolor profundo con respecto a algo. En este caso, una denuncia enfática del pecado. Siete veces, Él dijo que los fariseos y los escribas eran hipócritas. Cinco veces les dijo que eran «ciegos». Y en esta dura reprensión, habló detalladamente del pecado de estos líderes religiosos que por muchos años había sido evidente y descarado. La hora había llegado. El verdadero Mesías había llegado a presentar la verdad en aquel lugar donde ella había sido pisoteada. ¡Como lo odiaban a través del amplio cañón!

Si no fuese por las miles de personas que respaldaban a Jesús, los fariseos le hubieran arrestado en ese momento. Gracias a Su inmensa popularidad, Jesús pudo viajar libremente por la ciudad y enseñar en el Templo sin ser asesinado. Sus enemigos tenían que atraparle mientras estaba solo y sin darse cuenta. Pero, para eso, necesitarían la ayuda de alguien que le conociera de cerca.