Lucas 8:24
Los discípulos de Jesús lo llamaban Maestro, un hecho del que Lucas tomó especial nota en su relato evangélico. Maestro es un título especialmente poético por dos razones. En primer lugar, se usaba a menudo como sinónimo de profesor, lo cual describe acertadamente una gran porción del ministro público de Jesús (Mateo 11:1; Marcos 6:34).
En segundo lugar, la palabra hebrea para «maestro» o «señor» es adon o adonai. Mientras que el término hebreo se usaba de manera común para hablar del hogar o de autoridad política (Génesis 45:8), también se usaba frecuentemente para referirse a Dios. Los judíos practicantes de hoy en día usan la palabra adonai en lugar de YHWH, o Yahweh, pues consideran que es demasiado sagrado como para decirlo en voz alta.
Llamar a Jesús Maestro no era solo una señal de respeto, sino también un reconocimiento de Su deidad. Lucas, en su evangelio, reconoció esto usando el término para describir la autoridad de Jesús por encima de la creación, quizás la parte más memorable fue cuando el Señor interactuó con el agua y los enfermos.
Tome Lucas 5 como un ejemplo. Un día Jesús estaba enseñando cerca del Mar de Galilea y vio dos barcos abandonados. Jesús se subió a uno de ellos para seguir enseñando a una gran multitud. Ese día Pedro había estado pescando en el mismo barco por horas y no había pescado nada. Jesús le dijo que se alejara un poco de la orilla y echara la red una vez más. Pedro respondió: «Maestro, hemos trabajado mucho durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero si tú lo dices, echaré las redes nuevamente» (Lucas 5:5). De repente, las redes de Pedro no podían contener el gran número de peces que sacaron del agua. Después de llenar dos barcas, ¡Pedro intentaba no hundirse con tantos peces (5:6–7)!
Tres capítulos después, en Lucas 8:22–25, el agua caótica y misteriosa de nuevo tuvo algo que ver con la muestra de la maestría de Jesús. Los discípulos y Jesús embarcaron para navegar de un lado del lago al otro. Jesús se durmió y vino una tormenta. La barca empezó a llenarse de agua y horrorizados, los discípulos gritaron a Jesús diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» Con una palabra, Jesús calmó el viento y las olas. Asombrados y asustados, los discípulos se preguntaron: «¿Quién es este?»
Entre Lucas 5 y 8, gracias a la palabra o mano de Jesús, los peces se dejaron atrapar, las olas se rindieron, la gente fue sanada de lepra (5:13); los cojos comenzaron a caminar (5:24–25); un hombre recuperó su mano (6:10); y el siervo de un centurión sobrevivió una enfermedad mortal (7:6–10). ¡El hijo de una madre incluso resucitó de los muertos (7:12–15)!
Los discípulos fueron testigos de estas cosas con sus propios ojos. Tenían razón en llamarlo Maestro, pero todavía se preguntaban quién era Él.
No son los únicos. Hoy en día, incluso con el testimonio del dominio de Jesús sobre la creación, pedimos Su ayuda sin esperar gran cosa. Él ha hecho lo imposible al reconciliarnos con Dios, perdonando nuestros pecados y conquistando a la muerte, porque Él es el Maestro de lo espiritual y de lo físico, pero aún no entendemos quién Él es.
Jesús, el Maestro, tiene el control. Hoy es igual de poderoso que cuando caminó sobre la tierra. Tiene control del viento y de las olas de nuestras vidas. Podemos acudir a Él con nuestros problemas y dificultades, con vidas llenas de males, seguros de Su compasión y habilidad para salvarnos.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.