De la misma manera en que un perro hambriento corroe hasta el último rastro de carne de un hueso, los nazis despojaron la vida de Viktor Frankl hasta dejarlo casi sin nada. Lo despojaron de sus posesiones, rasuraron su cabeza, y truncaron su libertad. Ellos le arrebataron hasta su familia; su madre, padre, hermano y esposa, todos perecieron en el campo de concentración. Quien una vez fue un psiquiatra reconocido, Viktor Frankl fue reducido a ser un trabajador esclavo en el conocido campo de exterminio de Auschwitz, Polonia. Frankl soportó trabajos forzados, abuso físico y hambre. Él pudo haberse llenado de odio y autocompasión, pero en lugar de ello, él se dio cuenta de que los nazis jamás podrían robar, moldear o dictar su actitud. En su famoso libro El Hombre en Busca de Sentido, escribió lo siguiente:
«Quienes hemos vivido en un campo de concentración podemos recordar a los hombres que visitaban las chozas consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizás no fueron muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo en la vida, menos una cosa: la más última de las libertades humanas—la elección de la actitud personal que debe adoptar frente a cualquier circunstancia, para decidir su propio camino».
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