Pregunta: Me han dicho que Jesús murió por mis pecados. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Cómo podría la muerte de Jesús ayudarme a llegar al cielo? ¿De qué me salva la muerte de Cristo?
Respuesta: Una manera de entender el significado de la muerte de Jesús es imaginar una escena en un tribunal en el que estamos siendo juzgados por nuestros pecados y Dios es el Juez. Nuestros pecados contra Dios son crímenes capitales. Dios mismo es nuestro Juez, y de acuerdo a la ley divina nuestros crímenes merecen la pena de muerte. La muerte, en un sentido espiritual, significa separación eterna de Dios en un tormento sin fin. Eso es un fallo muy grave.
Al derramar Su sangre en la cruz, Jesús tomó sobre sí el castigo que nosotros merecíamos y nos ofreció Su justicia. Cuando confiamos en Cristo para nuestra salvación, esencialmente estamos haciendo un intercambio. Por fe, cambiamos nuestro pecado y la pena de muerte que lo acompaña, por la justicia y la vida de Cristo.
En términos teológicos, a esto se le llama “expiación sustitutiva.” Cristo murió en la cruz como nuestro sustituto. Sin Él, tendríamos que sufrir la pena de muerte por nuestros pecados. Los siguientes son algunos versículos que explican este concepto:
Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:21)
Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1 Pedro 2:23-24)
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:4-5)
El escritor de Hebreos lo dice de esta manera: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Para que Dios perdone nuestros pecados, Su juicio tenía que ser satisfecho, y eso requería derramamiento de sangre.
Algunos ponen objeción a esto diciendo: “Derramar sangre parece tan bárbaro. ¿Es realmente necesario? ¿Por qué Dios simplemente no nos perdona?” Porque Dios es santo, debe castigar el pecado. ¿Acaso un juez que es recto y justo dejaría que el mal quedara impune? En la cruz, Dios derramó Su castigo sobre Su Hijo, satisfaciendo así Su ira y haciendo posible que Él nos perdonara. Es por eso que Jesús derramó Su sangre por sus pecados, mis pecados y los pecados de toda la humanidad.
¿En qué momento durante la terrible experiencia de la crucifixión fue que Dios derramó Su castigo sobre Su precioso Hijo? Muchos teólogos piensan que fue hacia el final del período de tres horas de oscuridad cuando Jesús clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Al tomar sobre sí los pecados del mundo, Jesús se apartó a sí mismo de la presencia santa de Dios, y Dios, a su vez, se apartó de Su hijo. Fue una separación temporal pero terriblemente dolorosa, porque en ese momento, el Hijo de Dios fue abandonado por Su Padre.
Dios desató Su ira sobre Su Hijo para que nosotros pudiéramos ser librados de nuestro horrible destino. Este es el mensaje central de la cruz y la razón de nuestra esperanza: Dios abandonó a Su Hijo para que Él nunca pudiera abandonarnos a nosotros. Dios nos asegura: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). ¿No es ésta una maravillosa promesa? ¿Ha puesto usted su confianza en Jesucristo como el sustituto de su pecado? ¿Cree usted que Jesús murió por usted con el fin de darle vida eterna, y que Él resucitó de la muerte victorioso sobre el pecado? Si no lo ha hecho, le animamos a que ponga su confianza en Jesús como su Salvador en este mismo momento. Usted puede expresar su deseo en una oración como ésta:
Señor Jesús: Sé que soy un pecador. Creo que moriste por mis pecados y resucitaste de la muerte. Confío en ti como mi Salvador. Perdona mis pecados, y hazme la clase de persona que Tú quieres que sea. Gracias por tu regalo de la vida eterna. Amén.
Si usted realmente cree en el Señor Jesucristo, usted tiene vida eterna. Puede descansar en esa verdad. El apóstol Juan ha escrito: “Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12). Cuando usted tiene al Hijo de Dios, el Señor Jesús, usted tiene la vida eterna.