“Abuelo, abuelo,” llamaba el niño señalando un montón de piedras, mientras jalaba la túnica de su abuelo. “¿Qué quieren decir esas piedras?”

“Ah, Jacob, voy a contarte cómo la mano del Señor nos libró . . . .”

Después de cuarenta años de armar y desarmar carpas y de cavar tumbas, los hijos de Israel finalmente cruzaron el río Jordán a la Tierra Prometida. Antes de que Dios los dejara en libertad para reemplazar el maná por uvas y agua tibia por leche y miel, les ordenó que construyeran un curioso monumento con doce piedras:

Cuando todo el pueblo terminó de cruzar el río Jordán, el Señor le dijo a Josué:  «Elijan a un hombre de cada una de las doce tribus de Israel,  y ordénenles que tomen doce piedras del cauce, exactamente del lugar donde los sacerdotes permanecieron de pie. Díganles que las coloquen en el lugar donde hoy pasarán la noche.» (Josué 4:1-3)

Una vez que los hombres acarrearon las piedras del río al punto designado, Dios continuó:

y servirán como señal entre ustedes. En el futuro, cuando sus hijos les pregunten: “¿Por qué están estas piedras aquí?”, ustedes les responderán: “El día en que el arca del pacto del Señor cruzó el Jordán, las aguas del río se dividieron frente a ella. Para nosotros los israelitas, estas piedras que están aquí son un recuerdo permanente de aquella gran hazaña.” » (Josué 4:6-7)

Puede creerme, ningún niño trató este montón de piedras como un juego. Formaban un memorial visible de la firme fidelidad de Dios. Eran piedras de legado. Parados en las orillas del río Jordán ese día, los israelitas aprendieron una lección objetiva sobre cómo dejar un legado. Piense por un momento, ¿en dónde están los recordatorios físicos suyos del legado de Dios en su vida?

Este pasaje en Josué me llevó a pensar en tres palabras. Primero, haga. Dios quiere que nos tomemos la molestia de establecer marcadores históricos. Note que dije: “tomarse la molestia.” Producir recordatorios de un legado no es fácil. Estas eran piedras grandes. Había que escogerlas, acarrearlas, amontonarlas, y luego mantenerlas como un recordatorio duradero de la fidelidad de Dios.

Ahora bien, sus marcadores históricos tal vez no sean piedras. Tal vez usted hizo una placa con una declaración en cuanto al carácter de Dios, o empezó un diario de oración con las respuestas divinas permanentemente anotadas en tinta, o puso en marco una copia escrita con su puño y letra de su experiencia de salvación. Pero, sea lo que sea que decida, exigirá pensamiento creativo seguido de acción intencional y deliberada.

Segundo, recuerde. Dios se interesa en que le recordemos a Él y lo que Él ha hecho. La memoria es una cosa maravillosa, pero se desvanece con el paso del tiempo. Envejecemos demasiado rápido. Recuerdo haber oído a mi amigo James Dobson decir: “Para cuando la cara queda limpia, la mente se nubla.”

¿Alguna vez se ha encontrado usted participando sin quererlo en el juego de los nombres? Mi esposa y yo pasamos tiempo diciendo: “Recuerdas a, . . . a, . . . a.” Y ella dice: “Sí. Se llamaba María.” Y yo digo: “Exacto.” Entonces yo digo: “Recuerdo que ella . . .”; y mi esposa dice: “Así era; ella hacía esto y lo otro.” Uno de los muchos beneficios de vivir con el cónyuge de uno un tiempo largo, es que el otro puede terminar por uno las frases.

Pero Dios no quiere que nos olvidemos de lo que Él ha hecho, o quién es Él. Lamentablemente, recordamos nuestros fracasos mucho más que la fidelidad de Dios. Recordamos las tragedias y nos olvidamos los triunfos. Los recordatorios físicos de Su provisión nos ayudan a reenfocar nuestros pensamientos en Él cuando perdemos un empleo, o atravesamos reveses económicos. Los monumentos de la misericordia divina nos consuelan cuando nuestros hijos se rebelan. La reflexión en el carácter de Dios nos da valor para el futuro.

Número tres, imparta. Dios se interesa que nuestros hijos le recuerden a Él y lo que Él ha hecho. El hogar es el lugar en donde la vida toma sus determinaciones, en donde la vida subraya sus impresiones. Dios se preocupa profundamente porque la próxima generación aprenda en cuanto a Él. Eso sucede mejor por medio de nosotros.

Antes de salir en viajes largos o de vacaciones con la familia, mi esposa y yo por lo general solíamos orar en el coche con los hijos. Llegó a convertirse en una práctica tan esperada que si salíamos de prisa, uno de nuestros hijos reclamaba: “¡Nos olvidamos de orar!” De inmediato nos deteníamos y resolvíamos del asunto. Por supuesto, justo cuando acabábamos de decir: “Amén,” uno de los cuatro reclamaría: “¿Ya llegamos?”

Los hijos aprenden por repetición. No sé cuántas veces nuestros hijos adultos, ahora con hijos propios, dicen: “¿Cuántas veces tuvieron que decirnos lo mismo para que lo captáramos?” Mi respuesta siempre es la misma: “Más de lo que querían.” Uno tiene que hacerlo vez tras vez, hasta que sea hábito. Si una imagen vale más que mil palabras, un legado duradero vale un millón.

Haga. Recuerde. Imparta. ¿Tiene ya algunas piedras de legado en su vida? Si no, es tiempo de preparar unas cuantas.

Tomado de Charles R. Swindoll, “Creating a Legacy: Preparing the Stones,” Insights (enero 2004): 1-2. Copyright © 2004 Insight for Living. Reservados mundialmente todos los derechos.