En mi niñez y juventud nunca aprendí a decir palabrotas, ni a tomar bebidas alcohólicas, ni supe lo que era el divorcio, o lo que la gente por lo general llama “la vida loca.” Y aunque usted no lo crea, en ese entonces yo no sabía que el resto del mundo era diferente. Hoy muchos piensan que crecer en un medio ambiente así de protegido, libre de los peligros del mundo, no tiene otra cosa sino ventajas; pero también tiene su desventaja. Ese tipo de aislamiento puede adormecernos y privarnos de la pasión por el Evangelio.

¿Cómo es posible?

Mientras uno no salga por la puerta del cómodo entorno evangélico, y vea la cruda depravación del mundo, uno no puede entender cuán desesperadamente el ser humano necesita el evangelio que cambia la vida. Sé que la tentación para quedarnos dentro del claustro evangélico es grande. Por eso algunos de nosotros necesitamos sacudir la mentalidad del “club cristiano.” Mi experiencia en el Cuerpo de Marina me permitió darme cuenta de las profundidades de la depravación del pecado . . . al igual que obtener una pasión por el poder transformador del evangelio.

Antes de poner en el suelo mi mochila en el cuartel de Okinawa, recuerdo haber pensado: Antes de que arregle mi ropa en este armario diminuto, tengo que decidir si voy a caminar con Cristo o no. ¿Iba yo a ser su testigo allí, en ese lugar que parecía “lo último de la tierra” (Hechos 1:8), o simplemente iba a mantener la boca cerrada y seguir la corriente?

Una Puerta Abierta para la Evangelización

El silencio siempre parece ser lo más fácil, ¿verdad? ¿Alguna vez se ha sentido incómodo en su asiento del avión, preguntándose si debería traer a colación las cosas espirituales al conversar con el pasajero sentado a su lado? ¿Conoce el sentimiento de estar frente a la puerta del vecino, con palmas sudadas, y el corazón saliéndosele del pecho, luchando por decidir si simplemente darle la bienvenida a la colonia o aprovechar la oportunidad para invitarle a la iglesia?

Necesitamos ser valientes para salir de la seguridad del invernadero del cristianismo y pasar por la puerta abierta de la evangelización. Es arriesgado. No es fácil. Pero, ¿sabe qué? Nunca ha sido fácil. En realidad, en ocasiones ha sido hasta mortal.

Retrocedamos muchos siglos a una iglesia fiel pero tímida, en Filadelfia, una ciudad de Asia Menor (Turquía en días modernos). Mientras la iglesia resistía la persecución, luchaban por predicar el evangelio y esperaba con anhelo que el Señor regresara. Filadelfia se encontraba situada en una transitada carretera, un desfile continuo de personas de todo el imperio llegaba a su umbral. ¡Qué puerta abierta para la evangelización!

Por eso Cristo les recordó: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar” (Apocalipsis 3:8). Tal vez esa congregación, aturdida por la persecución y concentrada intensamente en su fidelidad a Cristo, había perdido de vista la puerta abierta de la oportunidad que tenían delante. Tal vez el mundo siempre cambiante de los no creyentes que pasaba por sus ventanas los paralizaba con el temor o la indecisión. O tal vez simplemente decidieron dejar la evangelización hasta que todo se tranquilizara y una oportunidad ideal se presentara.

Obstáculos abrumadores pueden acobardarnos a todos. Difícilmente podemos culpar a los fieles creyentes de Filadelfia por paralizarse al sentirse ineptos. Incluso hoy, cumplir el mandato de Cristo a la evangelización puede parecer abrumador. Algunos comentarios sarcásticos de los críticos, un comentario insultante de un ateo, o una crónica negativa de un periodista pueden desinflar nuestra pasión por la evangelización. Fácilmente podemos desanimarnos al concentrarnos en la abrumadora tarea que tenemos por delante, que decidimos quedarnos sentados y quietos en lugar de “hacer ruido.”

¿El resultado? Perdemos la oportunidad de alcanzar a esas preciosas almas con nuestro toque personal; esas almas perdidas que pasan por los umbrales de nuestras puertas abiertas.

Atravesando el Umbral

Al igual que los antiguos creyentes de Filadelfia, cada uno de nosotros se halla hoy en el umbral de “una puerta abierta, que nadie puede cerrar.” Las almas perdidas están cerca de nosotros, literalmente a nuestro alcance. Pero si esperamos el momento preciso, o esperamos obtener una motivación fresca, nos quedaremos parados en la puerta despidiendo a las almas perdidas en lugar de darles la bienvenida al reino de Dios.

La timidez, el temor y la indecisión, como un trío de ladrones, son respuestas que nos privarán de la pasión por el evangelio, adormeciéndonos ante las necesidades del mundo. Resístalas. Ignore las abrumadoras posibilidades en contra. Olvídese de los “qué tal si” del rechazo y el sarcasmo. Más bien, piense en lo que puede suceder si usted no proclama el evangelio. Aunque no pueda hacerlo todo, puede hacer algo. Tal vez sea solo una persona, pero con todo puede marcar la diferencia. Así que, por favor, ¡determine hacer la diferencia! Dios le ha abierto una puerta. Está abierta ahora mismo. Búsquela, pase por ella; no titubee.

A menudo vuelvo a ese momento crítico hace tantos años en Okinawa. Fue un reto a mis nociones en cuanto a los seres humanos, en cuanto a la evangelización, y en cuanto a mi necesidad de pasar por las puertas de la oportunidad que Dios ponía delante de mí. Debido a que decidí dar ese paso en el mundo caído como embajador de Cristo, tuve el privilegio de conducir a siete, y tal vez a ocho, de los marinos de nuestro pelotón, al Señor Jesucristo. Eso tal vez no le parezca un “gran despertamiento”; pero, créame; siete u ocho almas de cuarenta y ocho marinos fue un gran despertamiento.

Aunque siempre he estado agradecido por los cimientos morales que recibí en mi niñez, sólo cuando di ese primer paso, arriesgado, en el mundo del pecado, fue que mi pasión por el evangelio y la evangelización encendió en mí un fuego que ha estado ardiendo desde entonces.

¿Tomará usted la misma decisión hoy? ¿Cruzará valientemente el umbral de esa puerta abierta? Le animo a que pase. No titubee. ¡Determine hacer la diferencia!

Tomado de Charles R. Swindoll, “At the Threshold of an Open Door,” Insights (agosto 2006): 1-2. Copyright © 2006 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.