Por mucho tiempo no entendía cómo funcionaba la industria de fabricación de automóviles. Pensaba que cuando alguien quería un coche nuevo, se iba a la distribuidora local, le daba unas cuantas patadas a unas pocas llantas, daba unos cuantos portazos, traveseaba con radios, cubiertas de motor y portamaletas. Entonces regateaba con el vendedor, discutía precios, escogía su color favorito, y lo ordenaba. Me figuraba que cuando la fábrica recibía los detalles de la orden, se dedicaban frenéticamente a buscar en su inventario la rueda correcta del volante, el motor apropiado, los cromados, y las tapas de las ruedas, y luego se aseguraban de que todo se instalara de forma correcta antes de embarcarlo. Es decir, algo así como dar los últimos toques a la comida con algo que haya en la cocina.

Pero no es así para nada. Para mi sorpresa, descubrí que una tarjeta de computador pone en movimiento docenas de contactos por todo el país. Una fábrica sólo hace motores. Otra los vidrios y partes de plástico. Alguna otra fábrica hace las ruedas del volante, y otra más la alfombra y tapizados. Cuando alguien ordena un coche, eso desata acción en todas estas áreas relacionadas. Y, se espera, que justo en el momento preciso las cosas especiales lleguen a la planta de ensamblaje en donde todo se arma; todo, desde los pernos de los guardachoques hasta las plumas del parabrisas. Y en un período de tiempo relativamente breve, un coche nuevo y reluciente rueda saliendo de la línea de ensamblaje, se le embarca en un camión de transporte, y se le envía a su destino apropiado.

¡Qué ingenioso y asombroso arreglo han diseñado los fabricantes! ¡Y hace doscientos años eso ni siquiera se soñaba!

Ahora bien, si el ser humano pudo concebir un plan tan complejo y organizado como todo eso, piense en cuánto más eficiente fue el arreglo de Dios . . . hace más de dos mil años. Me refiero a los acontecimientos perfectamente sincronizados que rodearon al nacimiento del Salvador. Con toda certeza, no fue una ocurrencia de sopetón. Las Escrituras nos aseguran que cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo (Gálatas 4:4).

¡Declaración fantástica!

En el momento preciso, precisamente tal como Dios lo arregló, siguiendo un plan que pudiéramos haber denominado “Operación Llegada,” llegó el Mesías.

Miqueas dijo que sería en Belén, de Judá. Lo fue. Pero, ¿acaso José y María no vivían en Nazaret, Galilea? Allí vivían. ¿No están esos lugares a muchos kilómetros de distancia? Lo están, y en esos días eran días de camino a pie. Entonces, . . . ¿cómo? Pues bien, como ve, eso es apenas una pequeña parte del plan, y sin embargo asombroso. Especialmente cuando se considera que María estaba en los últimos días de su embarazo. El que ellos viajaran al sur a tiempo exigiría caminos bastante buenos; de los cuales ni se sabía antes de la conquista romana. Y con toda certeza, era preciso que se vieran obligados a viajar . . . y de aquí la exigencia del censo de parte de César Augusto (Lucas 2:1) que obligaba a José a inscribirse en persona en la ciudad de sus raíces familiares, Belén (2:4).

Pero antes de que pudiera nacer un Salvador, también se necesitaba algún medio natural de comunicación común: una lengua familiar que esparciría rápidamente las noticias. No hay problema. Gracias a Alejandro Magno, el padre del griego koiné, esa lengua estaba madura y gracias a la pluma de los evangelistas y apóstoles esa lengua estaba lista para la diseminación rápida del mensaje del evangelio.

Gracias a los buenos caminos, una decisión en Roma, y un fastidioso censo, todo sucedió en el lugar preciso. En el tiempo preciso . . . con un lenguaje articulado como el perfecto vehículo verbal. Un Bebé que el mundo casi ni notó que llegó. Roma estaba demasiado atareada edificando y conquistando. Augusto pensó que era el gran mandamás brincando por el palacio exigiendo el censo. En realidad no era más que una pizca de polvo en la página profética . . . un peón en las manos del Comandante de “Operación Llegada.”

Las cosas que Dios realizó para que llegara su Hijo a tiempo hace veintiún siglos, harían que el orgullo del ingenio de los fabricantes de automóviles pareciera un pensamiento organizacional tardío en comparación.

Resumido de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados todos los derechos mundialmente. Usado con permiso.