La temporada de Adviento nos ofrece una oportunidad única para hacer una pausa, reflexionar y redescubrir el verdadero significado de la Navidad. En medio del bullicio de las festividades y los compromisos, es fácil perder de vista la esencia de esta temporada: la primera venida de Cristo y la esperanza de Su regreso. Esta época no es solo para celebrar un acontecimiento histórico, sino para profundizar en el impacto que la encarnación de Jesús tiene en nuestras vidas hoy. Nos invita a detenernos y, como el pueblo que caminaba en tinieblas, abrir los ojos ante la luz que ha llegado al mundo (Isaías 9:2).

El Adviento, que significa «venida» o «llegada», marca un tiempo de espera y anticipación. Nos llama a preparar nuestros corazones, no solo para recordar el nacimiento de Cristo en Belén, sino para anhelar Su regreso como Rey de reyes. Una de las tradiciones más significativas en esta temporada es el encendido de la corona de Adviento, con cinco velas que simbolizan aspectos claves de nuestra fe: esperanza, paz, gozo, amor y, finalmente, Cristo.

La esperanza: una espera activa

La primera vela que encendemos es la vela de la esperanza, también llamada la vela de la profecía. Esta esperanza no es un simple deseo, ni está basada en nuestras circunstancias cambiantes. Es una esperanza sólida, cimentada en la promesa de Dios. Las palabras del profeta Isaías resuenan a lo largo de los siglos: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Isaías 9:2). Esa luz es Cristo, y nuestra esperanza está en Él.

Al encender esta vela, nos unimos al pueblo de Israel en su anhelo por el Mesías, y también recordamos que, así como Él vino una vez, vendrá de nuevo. Es una esperanza viva, no solo del pasado, sino del futuro. En esta espera, somos llamados a confiar en el plan perfecto de Dios y Su soberanía.

La paz: una paz que sobrepasa el entendimiento

La segunda vela de Adviento es la vela de la paz o vela de Belén. En un mundo lleno de conflictos, tensiones y caos, la paz que Jesús trae es radicalmente diferente a lo que el mundo puede ofrecer. Filipenses 4:7 nos recuerda: «La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús». Esta paz no se encuentra en la ausencia de problemas, sino en la presencia de Jesús en nuestras vidas.

Mientras encendemos esta vela, somos invitados a reflexionar sobre cómo podemos ser embajadores de esa paz. El nacimiento de Cristo en Belén cerró la brecha entre el cielo y la tierra, y nos reconcilió con Dios. Hoy, esa misma paz está disponible para nosotros, y somos llamados a compartirla en nuestros hogares, comunidades y en un mundo que desesperadamente la necesita.

El gozo: la alegría del Salvador

El tercer domingo de Adviento se celebra encendiendo la vela rosa, conocida como la vela del gozo o vela de los pastores. Esta alegría es más que un sentimiento pasajero; es un gozo profundo que proviene de saber que Dios está con nosotros. Los ángeles proclamaron a los pastores: «Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. ¡El Salvador ha nacido hoy en Belén!» (Lucas 2:10-11). Esa misma alegría está disponible para nosotros hoy, sin importar nuestras circunstancias.

El gozo que proviene de Cristo trasciende los altibajos de la vida. Es un gozo que se mantiene firme incluso en las pruebas más difíciles, porque sabemos que nuestra relación con Dios está asegurada en Cristo. Al encender esta vela, reflexionamos sobre cómo podemos vivir ese gozo y compartirlo con quienes nos rodean.

Amor: el regalo perfecto

La cuarta vela de la corona de Adviento es la vela del amor o vela de los ángeles. Juan 3:16 expresa este amor de manera perfecta: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Este es el amor incondicional que Dios nos mostró al enviar a Su Hijo para salvarnos. Es un amor que no está basado en nuestras emociones o méritos, sino en el sacrificio de Jesús.

Al encender la vela del amor, recordamos que somos llamados a vivir ese mismo amor en nuestras vidas diarias. Jesús no solo predicó acerca del amor, sino que lo demostró con Su vida, y nos invita a ser embajadores de ese amor en un mundo que necesita desesperadamente reconciliación y compasión.

Cristo: la Luz del mundo

Finalmente, en el día de Navidad, encendemos la vela de Cristo, el centro de nuestra fe. En Juan 1:9 leemos: «La luz verdadera, la que alumbra a toda la humanidad, venía a este mundo». Cristo es esa luz que disipa las tinieblas del pecado y nos trae vida. Al encender esta vela, recordamos que Jesús no es solo una figura histórica, sino una realidad viva que sigue transformando corazones.

Este acto nos invita a recordar que no celebramos únicamente un evento del pasado, sino una verdad que permanece vigente. Cristo vino a redimirnos, y Su luz sigue brillando en nuestras oscuridades. Encendiendo esta vela, reafirmamos nuestra esperanza y fe en el Salvador que vino y que un día volverá.

Este Adviento, mientras encendemos las velas, somos llamados a recordar que la Navidad no es solo una celebración festiva. Es un tiempo para reflexionar, renovar nuestra fe y compartir la luz de Cristo con los demás. Porque, en última instancia, la Navidad se puede resumir en tres palabras: el amor descendió. Jesucristo, el amor de Dios hecho carne, vino a salvarnos y a traernos esperanza, paz, gozo y amor. Que esa luz brille en cada rincón de nuestras vidas.

Acompáñenos en el programa radial al comenzar la serie Adviento: esperanza en la espera comenzando el 28 de noviembre para que juntos participemos en encender las velas y recordar su significado.