En el cenit de su carrera Jesús se retiró a un lugar apartado en Cesarea de Filipos. Tenía en mente una pregunta crucial para sus discípulos, así como también para nosotros. Acompáñeme y retrocedamos a la escena conforme se desarrolla.

El entorno es impresionante. Manantiales cantarinos. Huertos ubérrimos. Monumentos y templos dedicados a la adoración del dios griego Pan adornando los senderos. Un gigantesco templo de mármol blanco al césar se yergue imponente. Tal vez estando en medio de esos monumentos, edificios, santuarios y templos construidos a los dioses, Jesús se inclina un poco hacia adelante y les pregunta a un puñado de hombres más bien callados, —sabiendo que no hay ningún monumento levantado a su honor, y ningún edificio levantado a su gloria—: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13).

Está planteando una pregunta de encuesta en cuanto a su propia persona. “¿Qué es la voz que corre?”, pregunta. De acuerdo al versículo 14, los discípulos responden espontáneamente: “Unos dicen que eres Juan el Bautista.” Ahora bien, recuerde: Juan ya ha muerto. Herodes Antipas lo había decapitado. Algunos decían que Jesús era Juan el Bautista que había resucitado de los muertos. Por eso tenía poderes milagrosos.

Los discípulos continúan: “Otros dicen que eres Elías.” Elías había ministrado cientos de años antes. Por siglos los judíos consideraron a Elías el príncipe de los profetas que sería el precursor, pero no el Mesías. Una tercera respuesta surge: “Algunos dicen que eres Jeremías, o alguno de los profetas.” Alfred Plummer, erudito británico, describe estas opiniones del pueblo como “adivinanzas peregrinas y veleidosas”; pero todas se reducen a esto: “Él es un hombre.”1

Entonces Jesús concentra su mirada y personaliza la pregunta para sus hombres: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (16:15, énfasis añadido). En el texto griego original de Mateo, Jesús hace énfasis en el “ustedes.” Está preguntando a cada uno de ellos quién pensaban que era Él.

No sé cuánto tiempo pasa entre el versículo 15 y el versículo 16, pero Pedro no puede aguantar el silencio, y aunque la pregunta estaba dirigida a todo el grupo, Pedro habla por todos ellos. Pedro es Pedro, ¿verdad? Me encanta su respuesta.

“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16:16).

A veces nos hemos reído de Simón Pedro, pero este es un momento en el que debemos quitarnos el sombrero ante él. Nunca tuvo un momento más grande que éste. Cristo es Dios en carne y hueso, no un dios fijo en piedra. Y note los artículos definidos. Esta no es una serie generalizada de adivinanzas peregrinas. No es la opinión pública que se está encuestando aquí. Esta es una respuesta específica en cuanto al Mesías, el Hijo del Dios viviente.

¿Puede imaginarse mentalmente la escena? Pedro no siempre dio en el clavo, ¡pero en efecto lo dio aquí! ¡Qué grandioso!

Ahora imagínense por un momento que Jesús retira su mirada de Pedro y los discípulos, y la pone sobre usted. Él tiene una pregunta para usted también: “¿Quién soy yo para ti?” le pregunta.

No puede haber mayor pregunta que usted pudiera contestar. “¿Quién es Jesucristo para usted?” Su respuesta debe ser: “El Hijo del Dios viviente, mi Salvador y mi Dios.”

¿Quién más pudiera ser Él? No hay nadie más que cualifique para otorgar perdón, sino sólo Jesús. No hay nadie aparte de Cristo que estará cerca de usted cuando se le prive de todos y de todo. No hay nadie más que pueda convertir su amargura en alivio y su aflicción en alegría. No hay nadie más a quien usted pueda confiarle su secreto más hondo y más escandaloso, sino sólo Jesús. Sólo Él puede aliviar el ultraje. Sólo Él puede borrar la amargura y las cicatrices. Todos los asesores y amigos simplemente pueden ponerle el brazo sobre el hombro, llorar con usted, y señalarle a Cristo. Pero ¡sólo Cristo puede cambiarlo!

Y eso es sólo lo que Él puede hacer en esta vida. Cuando usted haya lanzado su último suspiro y pasado a la eternidad, habiendo contestado con fe a la pregunta de Jesús, no hay una sola alma que jamás haya vivido que estará a su lado sino sólo Jesús. Sólo Él reúne las cualificaciones para escoltarlo de la tumba a la gloria. Sólo Él es Dios.

Jesús tiene una pregunta para usted. ¿No se alegra de tener la respuesta?

  1. Alfred Plummer, An Exegetical Commentary on the Gospel According to S. Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 1960), 225.

Tomado de Charles R. Swindoll, “Jesus Has a Question for You,” Insights (Abril 2007): 1-2. Copyright © 2007 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.