Fue durante la celebración de Janucá (la fiesta de las luces), que Jesús hizo una de las promesas más poderosas sobre la seguridad de nuestra salvación, al decir que el Padre y Él eran uno, demostrando con ello que Él era Dios encarnado.

Jesús dijo:

Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen. Les doy vida eterna, y nunca perecerán. Nadie puede quitármelas, porque mi Padre me las ha dado, y él es más poderoso que todos. Nadie puede quitarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno.  (Juan 10:27-30, NTV)

Las nueve ramas del Menorá Janucá

No todos las menoras son iguales. La menorá del Tora, el candelabro de siete ramas, es la menorá bíblica que se menciona en Éxodo 25:31-40.

La menorá de nueve ramas tiene dos ramas adicionales que simbolizan dos conceptos místicos que no son bíblicos. A este menorá se le considera como la menorá secular y se utiliza durante las celebraciones actuales de Janucá.

Janucá conmemora la liberación de los judíos de la opresión greco-siria durante el período intertestamentario antes de Cristo. La tradición dice que cuando los patriotas judíos lograron restaurar el templo que había sido profanado, pudieron encontrar aceite suficiente para mantener los candelabros encendidos solo por un día. De manera milagrosa, el aceite duró ocho días y ocho noches y con ello los candelabros siguieron encendidos. Janucá celebra el triunfo de este pequeño grupo de fieles judíos que lucharon contra ejércitos formidables y conmemora la provisión de Dios con el aceite.

La menorá de siete ramas: La luz de Dios para Su pueblo

Siglos antes que Jesucristo morara con Su pueblo (Juan 1:14), Dios le dio instrucciones a Moisés y al pueblo sobre cómo edificar Su tabernáculo, ese lugar donde Él moraría con Su pueblo. Les dio instrucciones específicas sobre las dimensiones y el mobiliario del tabernáculo ya que simbolizaban Su gloria y la relación que tendría con Su pueblo (Éxodo 25).

El candelabro de siete ramas era la pieza del mobilario más adornada en el tabernáculo. Sus tazas con flores decoradas conformaban una sola pieza de oro, y pesaba aproximadamente un talento (setenta y cinco libras). Cada rama sostenía una lámpara que daba luz hacia el Lugar Santísimo y servía como testimonio constante a los sacerdotes de que no debían caminar bajo la sabiduría del ser humano sino cumplir su servicio andando bajo la luz de Dios.

De la misma forma en que un candelabro le daba luz a los sacerdotes, Cristo es “la luz del mundo” (Juan 8:12) al revelar el camino a Dios (Juan 14:6,9).