1 Juan 4:7-21
¿Alguna vez alguien te ha amado… no por lo que puedes darles, sino simplemente por quién eres?
No por tu utilidad. No por tu belleza. No por lo que produces o logras. Sino por ti. Punto.
La mayoría de nosotros pasamos toda la vida buscando ese tipo de amor. Y cuando creemos haberlo encontrado en otra persona, descubrimos que incluso el mejor amor humano tiene grietas… Condiciones… Límites. Pero existe un amor sin fisuras… Sin condiciones… Sin límites…
Hoy encendemos la cuarta vela del Adviento: la vela del amor. Pero no el amor de las películas románticas o las tarjetas de felicitación. No el amor que se siente bien cuando todo va bien.
Hablamos del amor más radical, más costoso, más incomprensible de la historia. El amor que no se contentó con observar tu dolor desde la distancia… sino que se metió en él contigo.
El apóstol Juan —el que recostó su cabeza en el pecho de Jesús, el que conoció la intimidad de Su amor— escribió algo que debería detenernos en seco. Escucha esto: «Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él» (1 Juan 4:9, NTV). Pero Juan no se detiene ahí. Sigue en el versículo 10 y dice algo aún más asombroso: «En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados» (NTV) ¿Captaste eso? El amor de Dios no es una respuesta a tu amor… No es un premio por tu bondad… No es una recompensa por tu devoción. El amor de Dios es la iniciativa… El primer movimiento… El acto original que hace posible todo lo demás.
Amigo, amiga: esto cambia todo. Significa que cuando estabas perdido, Él te buscó… Cuando eras Su enemigo, Él te amó… Cuando no tenías nada que ofrecerle, Él lo dio todo por ti… El amor de Dios no es un sentimiento etéreo flotando en el cielo… Es acción concreta… Es sacrificio real… Es sangre y dolor y muerte… para que tú pudieras tener vida. Y aquí está lo extraordinario: este Dios de amor infinito —el Creador de galaxias, el que sostiene el universo con Su palabra— decidió entrar a tu historia de la manera más vulnerable posible. No vino en un desfile de poder. No aterrizó con ejércitos celestiales conquistando todo a Su paso. Vino como un bebé… En un establo… Entre animales… Sin lugar en el mesón… Sin comodidades… Sin seguridad.
La primera cama del Rey del Universo fue un comedero de madera donde las vacas comían su cena. ¿Por qué? ¿Por qué el Todopoderoso elegiría entrar al mundo así? Porque el amor verdadero no se impone. Se ofrece. El amor divino no conquista por la fuerza. Desarma con vulnerabilidad. El amor de Dios no demanda que subas hasta Él. Desciende hasta dónde estás.
Juan escribió en su evangelio: «Dios es luz, y en él no hay ninguna oscuridad» (1 Juan 1:5). Y Cristo es «la luz verdadera que da luz a todos» (Juan 1:9). Esta es la Luz perpetua del amor. La luz que no parpadea cuando fallas. La luz que no se apaga cuando tropiezas. La luz que brilló en un pesebre hace dos mil años y que sigue brillando sobre tu vida hoy. Pero aquí está el llamado que no podemos ignorar: Quienes hemos recibido este amor somos llamados a hacer algo con él. Juan lo dice claramente: «Queridos amigos, ya que Dios nos amó de esa manera, ciertamente nosotros también debemos amarnos unos a otros» (1 Juan 4:11, NTV).
No somos solo recipientes de este amor… Somos canales… Conductos… Reflejos de la luz del amor de Dios en un mundo que desesperadamente necesita ver que Dios es real. Cada vez que amas a alguien que no lo merece —así como tú no merecías ser amado— haces visible lo invisible. Cada vez que perdonas lo imperdonable, reflejas el corazón del Padre. Cada vez que te sacrificas por otro, le das al mundo un vistazo del pesebre.
Hay personas en tu vida en este momento —en tu familia, tu trabajo, tu vecindario— que están muriendo por saber si alguien los ama. De verdad. Sin agenda. Sin condiciones. Tú tienes la respuesta que necesitan. Porque has sido amado por el Amor mismo. El amor de Dios no es solo la razón por la que Cristo vino a este mundo. Es la razón por la que tú sigues en este mundo.
No fuiste salvado solo para ser amado. Fuiste salvado para amar. Y cuando amas así, amigo… la Luz perpetua brilla a través de ti e ilumina la oscuridad que te rodea.
Reflexión: El amor de Dios no espera que seas perfecto; te ama mientras te perfecciona.

