Lucas 9: 23, 24
Los discípulos ocasionales son aquellos que quieren ser contados entre el rebaño, pero no se preocupan por seguir al Buen Pastor. Quieren el perdón que ofrece la cruz de Cristo, pero no tienen la intención de rendirse y cargar su propia cruz. Quieren momentos emocionales y entretenidos los domingos por la mañana, pero no muestran compromiso alguno de lunes a viernes. En resumen, quieren la corona sin la cruz. Sin embargo, no se nos permite venir a Cristo en nuestros propios términos… Sino en los términos propios de Cristo.
Jesús dijo estas palabras a aquella multitud que acababa de alimentar cerca de la ciudad de Betsaida: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará» (Lucas 9:23-24).
Jesús, a través de esta instrucción directa, deja bien claro que el discipulado demanda un costo. Debe haber una cruz antes de la corona, un sufrimiento antes de la gloria, un sacrificio antes de la recompensa. Seguir a Jesús requiere una forma completamente diferente de pensar y de orientarse en la vida. Es dar antes de obtener… es perder antes de ganar… es rendirse antes de alcanzar la victoria. Nuestros planes cambian cuando uno decide seguir a Jesús porque Él ya ha marcado el rumbo que debemos seguir.
Pero, ¿qué debe significar para nosotros el negarse a uno mismo y seguir a Cristo? Confiar en Cristo no debe considerarse como un mero «boleto» para garantizar nuestro destino eterno. Jesús nos salvó para cambiarnos, para hacernos distintos de lo que éramos antes de conocerle. Esta es la razón por la que la persona espiritual está llamada a seguirle a Él dondequiera que Él le lleve.
Por lo tanto, el discipulado significa ser aprendiz… ser un seguidor. Significa que nuestra atención se centra en seguir a Cristo, no en hacer que Él nos siga a nosotros. El discipulado es, pues, una ocupación de tiempo completo, no un pasatiempo de fin de semana. Es un estilo de vida y compromiso que nunca se toma unas vacaciones.
Esa es la razón por la que Jesús dice que hemos de tomar nuestra cruz «cada día» y seguirle.