«El placer es lo primero», «haz lo que quieras», «solo los tontos siguen las normas», «¿la pureza. . . ? ¡Esa se fue con los puritanos!»
Estos son los lemas de una sociedad obsesionada con el sexo como en la que vivimos. Lemas que son emitidos por los medios de comunicación como luces de neón intermitentes conduciéndonos a un estado de apatía moral. Los programas de entrevistas, muestran todos los caminos torcidos que la gente toma para encontrar la satisfacción sensual. Las series y telenovelas representan la abstinencia como la única opción viable para los indeseables o inmaduros; y los anunciantes descaradamente nos seducen a comprar todo, desde un perfume hasta un auto, con tal de volvernos atractivos sexualmente. Pero antes de intentar «quemar en la hoguera» a los medios de comunicación, tenemos que confesar algo: Muchos cristianos han adoptado la filosofía de «buscar el placer a toda costa», y la modelan con una habilidad inquietante. Sin embargo, la pureza, tal como Pablo lo explica en Romanos 6, es una poderosa alternativa ante este estilo de vida.
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